Por sus frutos los conoceréis…: La noche del cazador, de Charles Laughton

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“Que Laughton no haya podido hacer otra película es una pérdida seria para la historia del cine, pero esta única obra maestra continúa inspirando a aquellos que comparten su sentido de las posibilidades expresivas del medio”.
-Simon Callow

Vamos a contar un cuento. Había una vez un actor inglés, llamado Charles Laughton, nacido en 1899, y que llegó –luego de estudiar en la Royal Academy of Dramatic Arts bajo la tutela de Komissarjevsky- a ser uno de los más afamados intérpretes de Shakespeare, Wilde, Gogol, Chéjov y Congreve en exigentes escenarios teatrales a ambos lados del Atlántico. Seducido por el cine (y este por sus calidad actoral) llega a Hollywood, para iluminar con su talento filmes de James Whale (The Old Dark House, 1932), Marion Gering (Devil and the Deep, 1932), Cecil B. De Mille (The Sign of the Cross, 1932), Erle C. Kenton (Island of Lost Souls, 1933) y Lothar Mendes (Payment Deferred, 1932), esta última producida por Irving Thalberg.

De regreso a Inglaterra conoce al productor húngaro Alexander Korda, quien lo convence de hacer bajo su tutela un filme, La vida privada de Enrique VIII (The Private Life of Henry VIII, 1933), con el que Laughton obtiene, muy temprano aún en su carrera, el Oscar al mejor actor. Aunque pretende, y logra, continuar haciendo teatro en Londres, Irving Thalberg se lo lleva a América y para él sigue haciendo cine, con filmes como The Barretts of Wimpole Street (1934) y Rebelión a bordo (Mutiny On the Bounty, 1935). Korda contraataca logrando que haga el protagónico de Rembrandt (1936), pero cuando el rodaje de Yo, Claudio (I, Claudius, 1937) se cancela por desavenencias profundas entre el director Josef von Sternberg y el actor, este suspende la relación profesional con Korda y se concentra en formar un productora independiente con Irving Thalberg. Este fallece prematuramente en septiembre de 1936 y Laughton se une al productor Eric Pommer y juntos crean Mayflower Pictures, compañía que sólo alcanza a realizar tres filmes antes de una quiebra del que serán rescatados por la RKO, quien le ofrece al actor el papel de Cuasimodo en El jorobado de nuestra señora (The Hunchback of Notre Dame, 1939), bajo la dirección de William Dieterle.

Charles Laughton y Maureen O´Hara en El jorobado de nuestra señora (The Hunchback of Notre Dame, 1939), de William Dieterle.

Charles Laughton y Maureen O´Hara en El jorobado de nuestra señora (The Hunchback of Notre Dame, 1939), de William Dieterle.

Los años cuarenta llegan con la guerra y con las intenciones de la RKO de ceder al actor a otras compañías: vendrán entonces sus trabajos con Jean Renoir (This Land is Mine, 1943), Robert Siodmak (The Suspect, 1944) o Hitchcock (The Paradine Case, 1947). Es durante esos años que conoce a Bertold Brecht, quien ya exiliado en Estados Unidos, le propone hacer una obra teatral, Galileo, que se estrena con éxito en 1947 en Los Ángeles. Pero la paranoia anticomunista desatada desde el Senado norteamericano obliga a Brecht a salir del país y a Laughton a volver a participar en producciones fílmicas de regular categoría.

Los años cincuenta lo ven iniciar una carrera como profesor de arte dramático, animador de veladas literarias y escenificador itinerante de poemas leídos en voz alta. Esta última actividad llama la atención de Paul Gregory, un agente y productor que consigue hacer sociedad con él, ayudándole a llevar varias obras al circuito de Broadway, mientras lateralmente continúa haciendo cine, como en Salomé (1953) y Young Bess (1953).

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Es ahora 1953 y Davis Grubb, un publicista de 35 años originario de Moundsville, West Virginia, y colaborador ocasional de Collier´s Magazine está a punto de publicar su primera novela. A Paul Gregory le contaron confidencialmente que se trataba de un material muy apropiado para ser filmado. Y ya que buscaba un argumento para que Laughton dirigiera su primera película, buscó leer el texto, llamado La noche del cazador, situado en la época de la depresión en los años treinta e inspirado en las andanzas de Harry Powers, un asesino que mató dos viudas y a un agente viajero.

Gracias a un amigo en Nueva York tuvo acceso al libro aún sin publicar. Se sorprendió. Y Laughton también: tenían en sus manos un posible éxito. Un relato en la tradición del gótico americano, con visos dramáticos que lo acercan a Mark Twain, Dickens y al John Steinbeck de Las uvas de la ira, La noche del cazador describe las andanzas de un autoproclamado predicador que es en realidad un barba azul que va engañando mujeres y desposando viudas para luego quedarse con sus fortunas. Retenido en prisión por un delito menor, el azar le pone de compañero de celda a un ladrón a punto de morir en la horca. El dinero robado por este no ha aparecido y el predicador sospecha que la familia del hombre sabe de su paradero. Una vez libre, el predicador va en busca de la viuda y sus dos pequeños hijos. Y no descansará hasta descubrir donde se oculta el dinero que tanto ambiciona, así implique deshacerse de su nueva esposa y perseguir a sus hijos, únicos conocedores reales del sitio donde se oculta el botín y que encontrarán en los brazos de una mujer caritativa y profundamente religiosa, el único refugio donde quizá puedan estar a salvo del implacable cazador de fortunas.

Shelley Winters y Robert Mitchum en La noche del cazador (1955)

Shelley Winters y Robert Mitchum en La noche del cazador (1955)

Aunque la Warner y Columbia descartaron el proyecto, al final Gregory y Laughton lograron un acuerdo con United Artists, que ofreció escasos quinientos noventa y cinco mil dólares por toda la producción. Negociaron con el escritor los derechos de la novela y buscaron a alguien para hacer la adaptación. Pero no a cualquiera: buscaron a James Agee, poeta, novelista, crítico de cine y guionista –había hecho el guión de La reina africana para John Huston- y lo contrataron por treinta mil dólares. Pero las cosas no funcionaron bien. Agee estaba alcoholizado y entregó un borrador de 350 páginas, que no sólo era más extenso que el libro, sino que además era infilmable. Laughton decidió no considerarlo y hacerlo él mismo, contando con la participación del propio Grubb. Agee moriría el 16 de mayo de 1955, antes del momento del estreno del filme.

Para encontrar el tono clásico, casi arcaico que buscaba para su película, Laughton hizo que le proyectaran en el Museo de Arte Moderno de Nueva York varias de las películas de David Griffith, influencia que se reflejará en el estilo visual, en el artificio poético, en el uso de símbolos, y en la utilización de iris para culminar las escenas de la cinta. Poder ver las películas del mítico pionero del cine norteamericano le hizo evocar el aprecio que sentía por el trabajo de la venerable actriz Lillian Gish, sobre todo en Lirios rotos (Broken Blossoms, 1919), de ahí que se le haya ocurrido proponerle ser parte del filme.

Lillian Gish en La noche del cazador (1955)

Lillian Gish en La noche del cazador (1955)

En la búsqueda de quien va a interpretar al predicador, el primer impulso de Laughton es contratar a Gary Cooper, pero este rechazó el ofrecimiento por el impacto negativo que un personaje malvado podría tener en su carrera. “De inmediato pensé en Mitchum” –declaraba Paul Gregory- “Era un hombre que podía proyectar gran encanto, pero también había algo malvado que acechaba bajo la superficie. Charles me preguntó si yo veía a alguien para el papel del predicador y le dije que había un actor americano, que podía hacer un buen trabajo, Robert Mitchum. Y Laughton dijo “Jesucristo. Está bien. Sería maravilloso, puedo imaginarlo, si”. Mitchum tenía mala fama por su conducta y su difícil temperamento, incluso había sido arrestado por posesión de narcóticos unos años antes. Era el personaje ideal para mostrar la doble moral del supuesto predicador, que en una mano llevaba tatuada en los dedos la palabra Hate (odio) y en la otra la palabra Love (amor). Una alumna de los cursos de actuación de Laughton, Shelley Winters, interpretaría a Willa Harper, la ingenua viuda que el predicador pretende.

Shelley Winters y Robert Mitchum en La noche del cazador (1955)

Shelley Winters y Robert Mitchum en La noche del cazador (1955)

Dos integrantes del equipo técnico cobrarían singular importancia, el cinematografista Stanley “el barón” Cortez, hermano del actor de cine mudo Ricardo Cortez, y director de fotografía para Orson Welles en The Magnificent Ambersons (1942); y el compositor Walter Schumann, que llenaría la pantalla de cantos infantiles, himnos y música orquestal. La filmación, que sólo tomo treinta y seis días, se hizo en los estudios de Pathe y Republic, y en un rancho en el Valle de San Fernando. “Tengo que regresar hasta la época de D.W Griffith para encontrar un plató tan lleno de propósitos y armonía”, escribía Lillian Gish. Y Stanley Cortez afirmaba que “Cada día el maravilloso equipo que realizó este filme se reunía y discutía el trabajo del día siguiente. Se diseñaba día a día, así cada detalle se veía fresco, más fresco que si se hubiera hecho todo por adelantado”. La armonía de la filmación (que algunos han puesto en duda por una supuesta aversión de Laughton a trabajar con sus actores infantiles) se refleja en el producto final que, adelantada a su tiempo, tuvo una pésima recepción entre el público, un fracaso rotundo que alejó para siempre a Laughton de la silla de director.

Lillian Gish en La noche del cazador (1955)

Lillian Gish en La noche del cazador (1955)

La debacle de La noche del cazador implicó la terminación del dúo Laughton-Gregory. La adaptación de Los desnudos y los muertos, en la cual Laughton ya había comenzado a trabajar con Norman Mailer, será al final producida por Paul Gregory y dirigida sin mayor trascendencia por Raoul Walsh. Desde La noche del cazador hasta su muerte, Laughton sólo hizo cuatro películas, incluida la brillante Testigo de cargo (Witness for the Prosecution, 1957) para Billy Wilder. Laughton continuó con sus giras de lecturas a lo largo de todo el país; trabajó en televisión tanto en programas dramáticos como oficiando de presentador, y colaboró en múltiples proyectos. Además preparó dos antologías literarias a partir de textos que leía en sus giras, y grabó el disco The Storyteller, recreación de sus veladas literarias, y suerte de testamento intelectual. Fallecería en Hollywood el 15 de diciembre de 1962, víctima de cáncer en la vesícula biliar.

La noche del cazador (1955)

La noche del cazador (1955)

Su legado, entre tanta actuación maravillosa, fue La noche del cazador. La cuarta acepción que el diccionario trae de la palabra alegoría es “Figura que consiste en hacer patentes en el discurso, por medio de varias metáforas consecutivas, un sentido recto y otro figurado, ambos completos, a fin de dar a entender una cosa expresando otra diferente”. Lo alegórico es central a La noche del cazador: la lucha entre el bien y el mal, entre el cielo y el infierno, entre el amor y el odio, entre la inocencia y la corrupción, entre la fe y la apostasía, entre las hadas y los ogros, ente los sueños y las pesadillas. Elaborada para privilegiar el punto de vista de los dos niños, la película tiene un tono onírico, cercano al de una fábula de los hermanos Grimm. Su estilización visual extrema, que recuerda insistentemente al expresionismo alemán, reitera la sensación de que la película no tiene nada que ver con el mundo real, que es una historia fantástica de las que se leen a los niños antes de acostarse.

Laughton (sentado) dirige a Robert Mitchum durante el rodaje de La noche del cazador (1955)

Laughton (sentado) dirige a Robert Mitchum durante el rodaje de La noche del cazador (1955)

Llena de escenas individuales difíciles de olvidar, de esas que se quedan en la memoria mucho después de que el filme como un todo ya no se recuerda con precisión, refleja sin duda la sensibilidad de un hombre que había bebido de fuentes tanto europeas como de Hollywood, logrando un delicado y afortunado balance entre filme de suspenso –con visos de terror- y crítica a la doble moral implícita en algunos mensajes y acciones religiosas. El manejo de la luz, las sombras, la escenografía cerrada, la canción que Mitchum canta todo el metraje y los ángulos inusuales de cámara son recursos hermosos pero demasiado conscientes que no logran ocultar el mensaje de denuncia que Laughton pretendía. Los falsos profetas, la iniquidad social, la indefensión de la mujer, la infancia abandonada y abusada aparecen claros y fuertes, imposibles de disimular o ignorar.

Completamente inédita dentro del cine norteamericano, la película sufrió sin duda la incomprensión de aquellos que estaban acostumbrados a una narrativa convencional, sin dobles lecturas, sin metáforas, sin símbolos, sin riesgos. Y Laughton les ofreció todo lo opuesto. Por eso, curiosamente, su filme es hoy un clásico absoluto, un triunfo personal lleno de compromiso y valor que ennobleció para siempre al cine norteamericano.

Al final el malo –como en todo cuento que se respete- es castigado. Y los niños de este cuento vivieron felices y comieron perdices. Fin.

Publicado en la Revista Kinetoscopio no. 83 (Medellín, vol. 18, 2008) Págs. 161-164
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2008

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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