¡Qué bien te ves!

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Comparación entre antes (izq.) y después (der.) de la restauracíon de Vida y muerte del Coronel Blimp (1943)

Juan Carlos González A.

Publicado en la revista Kinetoscopio No 109 (Medellín, enero-marzo de 2015), págs. 26-27 
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2015 
En el número del aniversario de los 25 años de la revista Kinetoscopio nos referimos a los hitos del cine ocurridos en los últimos veinticinco años. Ahí escribí este texto sobre el cine preservado y restaurado. 

En mis manos, por fin, la versión de Mr. Smith Goes to Washington (1939) en blu-ray, restaurada y remasterizada en 4K gracias los buenos oficios de Sony Pictures Studios y Colorworks, su división de restauración y digital intermediate (DI), que viene funcionando desde 2009 en uno de los lotes del estudio en Culver City. Se utilizaron dos negativos en nitrato y la copia en nitrato perteneciente a los herederos del director Frank Capra para hacer esta edición que fue concluida en el laboratorio digital de MTI Film. Esta versión supera a la restauración fotoquímica que la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos realizó en 1990 y que era hasta ahora la mejor con la que se contaba. 
La diferencia entre ambas es absolutamente abismal. En un televisor de alta definición y en un video-beam de 3500 lumens –los equipos domésticos en los que vi esta película– Mr. Smith Goes to Washington parece hecha ayer por Capra. Conserva su formato “académico” original, no tiene rayón ni defecto visual alguno, las imágenes son por completo nítidas hasta el detalle de poder discriminar la textura de las telas de la ropa de los personajes. La banda sonora monofónica es clara, sin ruidos de fondo y viene además en varios lenguajes. Además trae subtítulos en ocho idiomas, el nuestro incluido. Es una delicia ver un clásico del cine en estas condiciones, 75 años después de su estreno.
Mr. Smith Goes to Washington (1939), de Frank Capra
Recuerdo –sin embargo- cuando vi por primera vez Mr. Smith Goes to Washington en la segunda mitad de los años ochenta del siglo XX. Era una versión en betamax que ofrecía la biblioteca del Centro Colombo Americano de Medellín, probablemente una copia a partir de un original de la colección del Padre Luis Alberto Álvarez o de Paul Bardwell, que en ese momento dirigía la institución. La película no traía subtítulos y visualmente tenía rayones, algunos saltos en la imagen, desenfoques y el deterioro natural de una obra largamente exhibida. Esa circunstancia explicaba y justificaba sus defectos y así lo entendíamos. Si queríamos ver cine clásico ya sabíamos a qué atenernos. Por lo menos esta versión era muy decente y relativamente cuidada. Había otras películas –asiáticas, rusas- que eran básicamente sombras, grano y defectos ópticos de todo tipo, incluyendo la adaptación al formato a los televisores de la época a través del pan & scan que dejaba por fuera una parte considerable del filme. Y si esas películas llegaban a ser presentadas en cine –en la Cámara de comercio, en la Cinemateca El subterráneo o en el Museo de arte Moderno- ya sabíamos lo que iba a pasar: rayones, saltos, pérdida del metraje de varias secuencias, en ocasiones rollos desordenados o filmes que se terminaban abruptamente. Lo dicho: era el precio que teníamos que pagar por ver ese tipo de cine pretérito. Obviamente si ver ese cine era una mala experiencia, eso contribuía a la abulia que ya de por sí generaba un filme con cinco o más décadas encima, de latitudes lejanas a Hollywood y en blanco y negro. Era muy difícil formar un público si lo que se le quería mostrar estaba en tan malas condiciones.

Lawrence of Arabia (1962), de David Lean
Pero mientras eso nos pasaba a los que deseábamos asomarnos a ese cine, los esfuerzos preservacionistas de museos, bibliotecas, archivos y cinematecas –que tenían a las películas clásicas como una especie de en peligro de extinción y de combustión, ya que estaban hechas en nitrato de celulosa– se veían con el problema de que las cintas de acetato de celulosa también se descomponían y que por tanto era difícil encontrar un soporte físico seguro. Entra en escena la Film Foundation, creada en 1990 por Martin Scorsese y un grupo élite de cineastas (Kubrick, Allen, Altman, Steven Spielberg, Coppola, Eastwood, entre otros) para, aprovechando su poder en la industria, conseguir fondos para preservar y restaurar filmes, además de establecer un proyecto educativo sobre la historia del cine. De esa forma vinculando a la empresa privada –Gucci, Eni, el coñac Louis XIII o IBM- y aprovechándose de los desarrollos tecnológicos digitales de las dos últimas décadas, han logrado reunir dinero y recursos para salvar y remozar más de 600 títulos, entre ellos Charulata (1964) de Satyajit Ray, A Double Life (1947) de George Cukor o A Farewell to Arms (1932) de Frank Borzaje. Cada uno de estos proyectos está a cargo de prestigiosos centros de restauración como la George Eastman House, el UCLA Film & Television Archive, el British Film Institute, la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos y la Cineteca di Bologna (esta última restauró La dolce vita gracias a la Film Foundation). 
Esta cinemateca italiana trabaja de la mano con un laboratorio de restauración de primerísimo nivel. Se trata de L´immagine ritrovata, que se ha convertido en el principal proveedor de cine europeo restaurado para ser presentado en los grandes festivales del mundo. Sus trabajos incluyen Matrimonio a la italiana (Matrimonio all’italiana, 1964) de De Sica, La Paura (1954) de Rossellini o Mouchette (1967) de Bresson. Incluso la propia Cineteca di Bologna organiza su propio festival de clásicos renovados llamado Il Cinema Ritrovato.

Metropolis (1927), de Fritz Lang
A nosotros nos llega la versión casera de estos enormes esfuerzos –una restauración análoga cuesta entre 50.000 y 150.000 dólares y una restauración digital, mucho más- convertida en un disco de Blu-ray. Los nuevos hábitos de consumo del cine hacen al espectador mucho más demandante en cuanto a la calidad visual y auditiva, de ahí que haya empresas distribuidoras especializadas, como la Criterion Collection, que han hecho del cine arte su nicho. A través de la Criterion (fundada en 1984 y con sede en Nueva York) se difunden los trabajos de muchos de estos estudios y laboratorios, a los que se les añade material suplementario de enorme calidad informativa. Desafortunadamente estas versiones carecen de subtítulos en español, de ahí que haya que recurrir a ediciones españolas (A contracorriente Films, Avalon, Divisa, Layons) que toman el master a partir de la versión de Criterion y lo subtitulan al español. 
El resultado es una manera completamente diferente de ver y abordar el cine clásico, puesto ahora a luchar por la atención del público en las mismas condiciones técnicas de las cintas contemporáneas. Poder apreciar El gabinete del doctor Caligari (1920) en la restauración digital hecha por la Fundación Friedrich Wilhelm Murnau, con la ayuda del el Archivo Cinematográfico del Archivo Federal de Alemania, es asomarse por primera vez a un filme que creíamos –ilusos- haber visto ya. Éramos ciegos y no lo sabíamos. Ahora vemos.
El gabinete del doctor Caligari (1920), de Robert Wiene 
Caeatula de la versión restaurada de La dolce vita (1960), en versión de Criterion Collection
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