Receta práctica (pero no infalible) para ser un gánster: Buenos muchachos, de Martin Scorsese

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“Buenos muchachos no es una tragedia griega: su calculada yuxtaposición de lo terrible y lo banal perfora con ironía la mística del mafioso. Es el antídoto de Scorsese a la mafia romántica de El padrino”
-Lawrence S. Friedman, The Cinema of Martin Scorsese

Si le década de los ochenta la inauguró Scorsese con el contundente gancho al hígado que fue Toro salvaje (Raging Bull, 1980), la década de los noventa la inaugura con un cadáver. Bueno, realmente aún es un hombre mal herido en la cajuela de un automóvil, pero no lo será por mucho tiempo, pues Tommy (Joe Pesci) y Jimmy (Robert De Niro) van a rematarlo con arma blanca y balazos llenos de una mezcla de odio, asco y desdén. Así se inicia Buenos muchachos (GoodFellas, 1990) y sabemos entonces desde el principio a qué atenernos: la violencia del crimen organizado será el eje de este relato coral en los que una traición, un incumplimiento, una infidelidad o un error de cálculo en un negocio son un buen motivo para matar. El crimen está desprovisto de todo asomo de glamour: acá no hay muertes coreografiadas, hay sólo la sequedad del impacto instantáneo de una bala contra una cabeza y la sangre que mana de ella. Se mata como se vive, con la necesidad imperiosa de despejar el camino de contendores que les impidan pasar de rags to riches, como canta profético Tony Bennett en los créditos iniciales de la película.

Buenos muchachos (GoodFellas, 1990)

No es casual que antes de realizar el guion de Buenos muchachos, el único crédito previo de Martin Scorsese como guionista haya sido el de Calles peligrosas (Mean Streets, 1973): ambas películas se mueven en un mundo que indudablemente no le era ajeno y por eso tienen esa aura de autenticidad que sólo puede darnos lo que hemos experimentado. “Buenos muchachos es regresar al mismo período de Calles peligrosas, los tempranos años sesenta, al mundo en el que crecí y que conocí” (1), afirmaba el director neoyorquino. El conocimiento de causa se lo da –ya lo ha dicho en múltiples ocasiones- el haber visto a esos gánsters locales desde la ventana de su hogar. Scorsese era un niño asmático y la película puede verse como un reflejo de sus deseos ocultos, de lo que quizá le hubiera gustado ser si las cosas hubiesen sido distintas.

Buenos muchachos (GoodFellas, 1990)

Sin embargo la perspectiva de estas dos películas sobre la mafia italoamericana es muy diferente. El Charlie de Calles peligrosas, aunque joven e inexperto, es el típico personaje con características e inquietudes mesiánicas de su cine, que incluso es capaz de poner a tambalear su carrera dentro de “la organización” con tal de salvar (una palabra clave en la obra de este director) a uno de sus amigos, el autodestructivo Johnny Boy (De Niro). Pero al hacer Buenos muchachos Scorsese optó por una aproximación desprovista de sentimentalismos, visceral, como corresponde a unos personajes individualistas y egoístas que sólo buscan su propio camino hacia la cima. Son wiseguys, mafiosos avivatos, obreros del crimen. Evitando a toda costa el acercamiento bigger than life, completamente estilizado y mítico de El padrino (The Godfather, 1972) que otros ya habían intentado imitar sin éxito, Scorsese logra un retrato intenso de un grupo de criminales a los que ante todo los mueve la codicia. La idea era mostrarnos el negocio por dentro, con su andamiaje económico, con sus reglas de juego rituales y raciales, con la enorme capacidad de corroerlo todo. “La película tiene muchos personajes y el argumento puede ser extremadamente confuso. Pero no importa. Lo importante es la exploración de un estilo de vida. Es acerca de lo que significa tener una vida de ese tipo, minuto a minuto, día a dia” (2), explicaba.

Buenos muchachos (GoodFellas, 1990)

Para ello Scorsese se apoya en un libro del periodista Nicholas Pileggi, Wise Guys: Life in a Mafia Family, escrito en 1986 y que describe la vida y milagros de Henry Hill, un mafioso delator que se atrevió a contarle las intimidades de su actividad. Pileggi sería además el coautor de un guion al que Scorsese convierte en un lienzo perfecto en el cual plasmar su fascinación/repulsión por un tema al que aborda con el respeto, pero sin romanticismos. Para subrayar lo autobiográfico del relato utiliza un arma que en otras manos hubiera sido un instrumento convencional: la presencia de un protagonista que a la vez es narrador omnisciente de lo que ocurre. Pero esa voz en off –que en sí misma es un personaje- no se limita a ubicarnos espacialmente o a presentarnos otros personajes, sino que además hace comentarios sarcásticos, editorializa y justifica sus actos con un humor negro y –ante todo- una falta de remordimientos que nos deja desarmados (realmente hay dos narradores, pues la esposa del protagonista también interviene con el mismo animo).

Buenos muchachos (GoodFellas, 1990)

“Desde que tengo uso de razón, siempre quise ser un gánster. Para mí ser un gánster era mejor que ser presidente de los Estados Unidos”, dice Henry Hill al inicio del filme. Una enorme nostalgia siente por esa existencia que en su mente y en la de sus compinches constituía el estilo de vida perfecto: tenían poder, inspiraban respeto, causaban temor. Eran como estrellas de cine y estaban felices de parecerlo. Esta historia que atraviesa tres décadas es, sin embargo, la de su progresivo declive. La narración acoge ese propósito expositivo y por eso pasamos de un relato clásico que describe los gloriosos años sesenta, con sus golpes de suerte, afamados asaltos y vida lujosa (recordemos ese plano secuencia magistral que lleva a Henry y Karen desde la calle hasta la primera fila del Copacabana); hasta una secuencia magistral situada en 1980 que está narrada con el ritmo que le imponen a Hill la paranoia y el consumo de estupefacientes.

Este Henry Hill -interpretado por Ray Liotta, a quien Scorsese había visto en Totalmente salvaje (Something Wild, 1986)- es un personaje diferente de todos los demás papeles protagónicos de su filmografía, más que por su falta de moralidad, por la falta de remordimientos frente a lo que hace. El pecador permanente de Charlie en Calles peligrosas se ha tornado acá en un ser irredento, cegado por la ambición. Y eso se prolonga hasta el final, cuando delata ante el FBI a sus socios: no la hace para expiar nada, lo hace para seguir sobreviviendo -que no viviendo- pues ser un don nadie anónimo en el programa de protección de testigos es casi tan intolerable, en su imaginario, como estar muerto.

Rsy Liotta y Lorraine Bracco en Buenos muchachos (GoodFellas, 1990)

Buenos muchachos fue seleccionada en el año 2000 por el National Film Preservation Board para ser preservado por sus méritos artísticos en el National Film Registry de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos; dos años después una encuesta de la revista Sight and Sound realizada entre críticos británicos, que seleccionaron las mejores películas de los últimos 25 años, la ubicó cuarta. Su influencia en las películas de historias caseras de gánsters ha sido evidente como lo demuestran Federal Hill (1994) Sleepers (1996) o Donnie Brasco (1997). Y una anécdota final: ¿Recuerdan a Spider, el joven mesero al que Tommy primero hiere en un pie y luego acribilla sin piedad? El actor es Michael Imperioli, que en ese momento contaba con 24 años. El destino le tenía reservado ser Christopher Moltisanti, en –no podía ser otro el sitio- The Sopranos.

Referencias:
1. Kelly MP. Martin Scorsese: A Journey. Thunder Press, NY. 1a Ed., 1991. Pág. 259
2. Ibíd., Pág. 273

Publicado en la Revista Kinetoscopio no. 90 (Medellín, vol. 20, 2010), págs. 16-18.
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2010

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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