Resnais: el amor, la memoria, la muerte…
El sábado 1 de marzo de 2014 falleció, a los 91 años, Alain Resnais, uno de los cineastas fundamentales del cine francés. Los huérfanos somos todos.
“No es sólo que Alain Resnais haya muerto, es que no habrá más películas de Alain Resnais”, lamentó a través de Twitter, Thierry Frémaux, delegado general del Festival de Cine de Cannes, en una frase que los cinéfilos les habrá parecido familiar, pues muchas décadas atrás algo similar expresó Blly Wilder tras la muerte de su admirado Ernst Lubitsch. Paráfrasis aparte, la verdad es que el deceso de Alain Resnais es el final de una manera absolutamente original de hacer y entender el cine, que con él supo trascender a la nueva ola francesa para erigirse en un cineasta único, difícil de circunscribir en alguna vanguardia o movimiento y que parecía responder siempre a sus propios intereses y deseos, por lo general radicales en sus búsquedas artísticas, en su intelectualidad y falta de concesiones comerciales. Experimentador, impredecible y complejo, sin embargo siempre tuvo un público cautivo de cada una de sus películas. Sabía el inasible secreto para poder unir una “inmensa popularidad con una notable exigencia artística”, en palabas de la ministra de Cultura francesa, Aurélie Filippetti. Se fue todo un símbolo del cine mundial, se fue un autor cinematográfico en el sentido estricto de estas palabras.
Resnais había nacido el 3 de junio de 1922 en Vannes, en la región de Bretaña. Su familia era acomodada y pudo recibir una buena educación, incluso escolarizado en casa debido a problemas respiratorios. A los doce años recibió de regalo una cámara de 8mm con la que empezó a hacer cortometrajes aficionados. En 1939 se mudó a París y allí estudió teatro un par de años. Posteriormente ingresó a la Escuela de altos estudios cinematográficos (IDHEC) para estudiar montaje, pero en 1945 se unió al ejército francés. Tras la Segunda Guerra Mundial da inicio –gracias a una subvención estatal- a su carrera como director de cortometrajes, labor que ocuparía una década de su vida. Debuta a los 26 años con Van Gogh (1948), a propósito de una exhibición de la obra del pintor que iba a montarse en París. El cortometraje ganaría el premio Óscar al año siguiente Su interés en el arte se refleja en sus siguientes cortos, Gauguin (1950) y Guernica (1950). Junto a Chris Marker dirige Les statues meurent aussi (1953), sobre el arte africano y su comercialización en Europa. Su fuerte carga política hizo que fuera prohibido en Francia. Solo en 1968 circuló su versión completa.
De esa época su trabajo más importante sin duda es Noche y niebla (Nuit et brouillard, 1955) un desgarrador documental sobre los campos de concentración instalados por el nazismo durante la guerra. Con un hermoso y poético texto de Jean Cayrol, sobreviviente del campo de Mauthausen-Gusen, las imágenes de archivo combinadas con material rodado recientemente nos devuelven al horror del exterminio judío con una franqueza y una contundencia tal que nos deja absolutamente conmovidos. Pocas veces un testimonio cinematográfico había sido tan revelador, demoledor y directo como este. Son treinta minutos en el infierno, sumidos entre el pasmo, el dolor y el desconsuelo. Queremos cerrar los ojos y huir de esas imágenes acusadoras que nos perseguirán –para que no olvidemos lo que pasó- hasta el final de nuestros días. François Truffaut, al escribir sobre Noche y niebla el año de su estreno, expresaba que “cuando las luces se encienden al final, nadie se atreve a aplaudir. Estamos sin palabras ante una obra como esta, hemos quedado mudos por la importancia y la necesidad de estos miles de metros de película”
Resnais debutará como director de largometrajes con un filme ya clásico, Hiroshima mon amour (1959) que contó con guión de Marguerite Duras. Originalmente pensado como un cortometraje documental, se convertiría en el camino en una obra de ficción con una moderna estructura narrativa, que funda pasado, presente y futuro de la pareja protagónica por medio de elaborados elipsis, repeticiones y flashbacks. Estamos en Hiroshima presenciando una historia de amor surcada por la muerte y los fantasmas del pasado. Estamos en los terrenos de la nostalgia y los recuerdos, de la memoria que no deja en paz a una joven francesa y a un japonés.
Hiroshima mon amour, Los cuatrocientos golpes (Les Quatre cents coups) de Truffaut y Los primos (Les Cousins) de Chabrol se estrenaron el mismo año, en 1959. La nueva ola francesa estaba a punto de ebullición. Sin embargo Resnais no venía del periodismo ni le interesaba la improvisación, él integraba “la rivera izquierda” (rive gauche) de la nueva ola, junto a Chris Marker, Georges Franju, Henri Colpi y Agnès Varda. El término lo acuño el crítico norteamericano Richard Roud mencionando que estos realizadores compartían un “cariño por una suerte de vida bohemia, impaciencia con el conformismo de la rivera derecha, un alto grado de relación con la literatura y las artes plásticas, y un interés consecuente en la filmación experimental”. Algunos estudiosos consideran que el grupo de “la rivera izquierda” no hizo parte de la nueva ola, sino que ambas tendencias fueron concurrentes en el tiempo. Lo que sí es claro es que el debut de Resnais coincide con las obras que en ese momento realizaban Antonioni, Fellini y Bergman, que constituyen el surgimiento del modernismo cinematográfico.
Para hacer su segundo filme, El año pasado en Marienbad (L’Annee derniere a Marienbad, 1961), que ganaría el León de oro en el Festival de Venecia, Resnais recurre a Alain Robbe-Grillet, padre de la nouveau roman, para hacer los diálogos y el guión. La laberíntica e hipnótica cinta fue protagonizada por la bellísima Delphine Seyrig, quien también estelarizaría la exitosa Muriel (1963). Estas tres primeras películas argumentales de Resnais (conocidas como la “trilogía de la memoria”) fueron seguidas por filmes que reflejaban su compromiso político y antibélico como La guerra ha terminado (La guerre est finie, 1966), escrita por el español Jorge Semprún; o el segmento Claude Ridder, del documental colectivo Lejos de Vietnam (Loin du Vietnam, 1967). Semprún también haría el guión de la recordada Stavisky… (1974), con Jean-Paul Belmondo interpretando a un estafador que en los años treinta provocó una enorme crisis financiera y política.
En su extensa filmografía posterior podría destacarse Providence (1976) que fue su primera película en inglés, Mi tío de América (Mon oncle d’Amérique, 1980), La vida es una novela (La vie est un roman, 1983), Mélo (1986), Smoking/No Smoking (1993), la muy famosa On connait la Chanson (1997) y el musical En la boca no (Pas sur la bouche, 2003). En Colombia se exhibió Las hierbas salvajes (Les herbes folles, 2009), ganadora de “el premio excepcional” del jurado de Cannes, y el año antepasado Resnais estrenó en Cannes Vous n’avez encore rien vu (2012). Para que nadie dude su vigencia, este año exhibió en el Festival de Berlín Amar, beber, cantar (Aimer, boire et chanter) que ganaría el premio Alfred Bauer, galardón otorgado a los filmes que “abren nuevas perspectivas”. Que conste que ya en ese momento tenía 91 años.
Para terminar este texto volvamos al pasado. En una entrevista concedida después del estreno de El año pasado en Marienbad le preguntaron a Resnais en 1961:
-“¿El cine está muerto, vivo o a punto de nacer?”
Y él respondió:
-“Fluye como un río”.
Esa respuesta lo define: la existencia de Alain Resnais se detuvo ya. Pero su cine continuará fluyendo como un río lleno de vida.
Publicado en el suplemento “Generación” del periódico El Colombiano (Medellín, 15/03/14). Págs. 4-6
©El Colombiano, 2014
©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.