Retrato de una dama
¿Recuerdan una escena de Annie Hall (1977) en al que Woody Allen va a cenar al hogar de los padres de Annie? Allá lo recibe la sofisticada pareja, un hermano con rasgos sicóticos y una abuela que cuando lo mira imagina a un rabino. Woody compara esa armonía –que se antoja falsa- con el bullicio de su propia familia sentada a la mesa.
Diane Keaton ganaría el Oscar por su actuación en esa película entrañable, donde se revelan en clave de comedia muchas cosas sobre su propia vida y su relación con Woody. Además esa familia Hall existió, obviamente sin los excesos cómicos con los que el filme la retrató. Era la familia de la actriz: su padre Jack, su madre Dorothy, su abuela paterna Mary, su hermano Randy. Faltaron solo sus otras dos hermanas menores. De esa familia nos cuenta Diane en su reciente libro de memorias, Ahora y siempre (publicado en español por editorial Lumen).
Aunque las autobiografías siempre me han despertado sospechas –pocas personas están dispuestas a ofrecer una mala imagen de sí mismas al lector- tenía interés en leer este texto, sobre todo porque la irregular carrera actoral –y como directora- de Diane Keaton no se compadece exactamente con su fama ni con la imagen de mujer inteligente y brillante que posee. Ahora y siempre hace honor a esos dos últimos adjetivos: se trata de un sensible libro, en el que una mujer exitosa evoca sus raíces familiares para encontrar allí amor, nostalgia y dolor a partes iguales. Los diarios y textos de su madre, una mujer que sacrificó su talento en el altar de su hogar californiano, le sirven para reflexionar sobre cómo ha cambiado el rol de la mujer en las últimas décadas y de la fortuna que tuvo al vivir en unas condiciones sociales y laborales diferentes.
Aunque al principio el libro parece una disculpa para sacar a la luz los escritos de su madre, lentamente estos dan paso a la vida de la actriz, una mujer insegura, que contó con una enorme suerte aunada a un talento que supo ser moldeado por Woody Allen y Warren Beatty, dos hombres a los que amó. La vemos padecer de bulimia, equivocarse en la elección de otros roles, probar con otras formas artísticas, debutar en la dirección, enamorarse de Al Pacino, reconocerse frágil, aceptar que nunca será una gran realizadora, conmoverse ante un beso de Jack Nicholson en Alguien tiene que ceder, adoptar dos hijos, y hacer el duelo por la dolorosa agonía de sus padres.
Es la vida de una mujer agradecida, no la de una actriz frívola. He ahí la diferencia.
Publicado en el periódico El Tiempo (19/01/12). Pág. 14
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