Rey por una noche: El rey de la comedia, de Martin Scorsese

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“Mejor ser rey por una noche, que un imbécil la vida entera”
-Rupert Pupkin, en El rey de la comedia

La imagen está congelada. Son dos manos que parecen abalanzarse sobre un rostro. Hay urgencia en el gesto, hay frustración a la vez. El rostro está separado de las manos por un cristal. Además las manos –y su dueña- están dentro de un automóvil: el cristal es el de una ventana lateral trasera de ese auto. El rostro –y su dueño- están fuera, involuntariamente en medio de una multitud a la que siempre han rehuido.

La imagen congelada refleja también otros rostros ajenos, el flash de una cámara ilumina la escena, dándole un aspecto místico y a la vez terrenal: el vidrio iluminado parece la pantalla de un televisor –el medio donde el rostro de esta historia suele aparecer- mientras las manos parecen querer tocar esa pantalla, anhelantes de abrazar esa imagen con la que sueñan y que se antoja sólo una ilusión escurridiza. Las manos son las de una fanática seguidora de una personalidad televisiva que es la de aquel rostro, que un día estuvo a punto –por fin- de tocar. No hay mejor resumen de esta película que esta imagen: la imposibilidad de contacto, el aislamiento, el rechazo, la incapacidad de concretar un sueño que no por obsesivo deja de ser válido.

El rey de la comedia (The King of Comedy, 1983)

El rey de la comedia (The King of Comedy, 1983)

Es la imagen con la que se inician los créditos de El rey de la comedia (The King of Comedy, 1983), una cinta amarga en la que Scorsese desmadeja el hilo de la obsesión –una de las constantes en su obra- para observar esta vez desde lejos sus consecuencias. Indudablemente no quiere involucrarse, por eso la película está llena del patetismo de unos personajes que van a parecernos odiosos e indignos de consideración: no hay héroes, sólo antihéroes. Pero como bien decía Jean Renoir en La regla del juego (La Règle du jeu, 1939), “todo el mundo tiene sus razones”. Y Scorsese va a mostrárnoslas.

Hay entonces un juego permanente de gato y ratón. Una cacería a la que muchas celebridades mediáticas se enfrentan día a día al tratar de escapar de los aficionados y fanáticos que se les acercan con intenciones de fotografiarse con ellos, robarles un beso, lograr un autógrafo, quizá hablarles, pedirles un favor imposible. Esa era la idea de la que partió el guionista y crítico de cine de Newsweek, Paul Zimmerman, luego de ver un programa de televisión de David Suskind en 1970 sobre los sabuesos de autógrafos. “Empecé a pensar en las conexiones entre los buscadores de autógrafos y los asesinos. Ambos asechaban a los famosos, unos con un lapicero y otros con un revolver” (1), explicaba. Robert De Niro había adquirido los derechos del guion y fue él quien se lo propuso a Scorsese, que incluso lo había rechazado antes.

Jerry Lewis en El rey de la comedia (1983), de Martin Scorsese

Jerry Lewis en El rey de la comedia (1983), de Martin Scorsese

Scorsese no pensó en una estrella de cine como objeto de esa incómoda persecución, sino en alguien más banal y fruto de nuestros tiempos: el presentador de un talk show nocturno, ese tipo de programa en el que un hombre al que alguien le dijo que era carismático y gracioso (y él se lo creyó), entrevista –como quien invita a amigos a su casa- a artistas, políticos, músicos y personalidades diversas a conversar con él y a ser objeto, a veces, también de ridículo y burla. Se ve la falsedad, la hipocresía y la adulación servil en ese tipo de formatos que nuestra propia televisión (¿a quién le extraña?) ya ha reproducido.

Scorsese prolonga la ironía al convertir al mismísimo Jerry Lewis en el conductor de ese programa. No es el Jerry Lewis gracioso y alocado que alguna vez hizo pareja cómica con Dean Martin. No. Es un tipo grave, taciturno, terriblemente incómodo con lo que hace. No sabemos exactamente que lo convierte en un ser tan codiciado y admirado distinto a aparecer en televisión. Él mismo parece sentir repugnancia de su propio ser y de la absurda expectativa que genera. “Lo incluí en el reparto porque él representaba todo acerca del negocio del espectaculo: film, teatro, Las Vegas, el Copacabana, ser anfitrión de un talk show, ser invitado en un talk show – él es el verdadero rey de la comedia” (2), declaraba Scorsese.

Robert De Niro en El rey de la comedia (1983), de Martin Scorsese

Robert De Niro en El rey de la comedia (1983), de Martin Scorsese

Jerry Langford se llama en la película y será el objeto de la persecución obsesiva de Rupert Pupkin (Robert De Niro), un hombre que va más allá de querer un autógrafo. Convencido de su talento como comediante, lo que quiere es una oportunidad para demostrarlo. Aunque Pupkin–un mensajero que vive aún con su madre- es un fracasado infantiloide, un hombre delirante y hasta peligroso, hay sin embargo en él un patetismo que implora compasión, así la caricatura extrema que de él hace De Niro haga difícil verlo. Pupkin grita –a su altisonante manera- buscando atención y afecto. Pero encuentra siempre una pared impenetrable de rechazo, sencillamente porqué a nadie le importa verlo. Que nadie sea capaz de pronunciar adecuadamente su apellido no es sólo una broma permanente –un running gag– es el símbolo de su intolerable invisibilidad. “La cantidad de rechazo es esta película es horrorizante. Hay escenas que casi no puedo mirar. Hay una donde a De Niro le dicen ‘Te odio’ y él asiente y responde, ‘Oh, ya veo, bien, tu no quieres verme de nuevo’. Hice la película durante un período muy doloroso de mi vida. Atravesaba la rutina del ‘pobrecito yo’. Y todavía estoy muy solo. Otra relación se ha roto” (3), declaraba Scorsese en junio de 1983, haciendo referencia a su relación afectiva con Isabella Rossellini, que se rompía por esa época, así como a su frágil estado de salud al momento del rodaje.

Jerry Lewis, De Niro y Scorsese durante el rodaje

Jerry Lewis, De Niro y Scorsese durante el rodaje

Rupert Pupkin busca reconocimiento y ve a Jerry, dentro de su delirio, como una tabla de salvación a su alcance para lograr sus fines: ser famoso, así sea por una noche, cobrar esos quince minutos de fama que según Warhol todos nos merecemos. Para Pupkin aparecer en televisión equivale a ser. Y va a hacer lo que sea para lograrlo, incluso secuestrar a Jerry, en compañía de una cómplice, Masha (la talentosa pero espantosa actriz y comediante Sandra Bernhard), la dueña de las manos con las que iniciamos este texto. En otras palabras, lo que quiere Rupert es matar al padre para ocupar su trono.

El anodino Rupert Pupkin es en realidad un psicópata con piel de oveja, un hombre que por el hecho de admirar y seguir fervientemente la carrera de alguien famoso se cree con el derecho de tener y reclamar su atención. Y es más peligroso en la medida en que más lo subestiman y lo creen inofensivo. Mientras tanto, nosotros somos testigos de sus fantasías de fama y reconocimiento, y sabemos hasta dónde puede llegar. No tiene talento, pero no es capaz de lograr la introspección suficiente para darse cuenta. Y lo peor: tampoco el público de la televisión, que una vez lo ve lo hace ya suyo. Además el hecho de secuestrar a Jerry, aparecer en los medios por esto, purgar una breve sentencia y escribir un best seller relatando todo, terminarán –y he aquí la ironía final de Scorsese- en convertirlo por fin en una estrella, así carezca de talento. Pero, ¿Desde cuándo se necesita tenerlo para ser famoso?

Jerry Lewis y Martin Scorsese durante el rodaje de El rey de la comedia (1983)

Jerry Lewis y Martin Scorsese durante el rodaje de El rey de la comedia (1983)

La necesidad de reflexiones como esta, la falta de alma de los personajes y el tono decididamente punitivo frente al binomio estrella / fanático hicieron que esta película, estrenada en Cannes en 1983 fuera un fracaso. De Niro explicaba lo sucedido mencionando que “Creo que quizá una razón por la que El rey de la comedia no fue bien recibida fue que emanaba un aura de algo que la gente no quería mirar o saber”(4). ¿Acaso reconocerse –reconocernos, mejor- bochornosamente reflejados, por ejemplo?

Referencias:
1. Kelly MP. Martin Scorsese: A Journey. Thunder Press, NY. 1a Ed., 1991. Pág. 153
2. Hoffman, J. Jerry Lewis talks to Martin Scorsese in New York: ‘Comedy comes out of pain’. Sitio web: The Guardian, disponible en:
http://www.theguardian.com/film/2015/oct/07/jerry-lewis-martin-scorsese-new-york-film-festival
3. Ebert R. Scorsese by Ebert. University of Chicago Press, 1a. Ed. 2008. Págs. 71-72
4. Friedman LS. The Cinema of Martin Scorsese. Continuum Publishing Co. NY. !a Ed. 1997. Pág. 133

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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