Sam y Suzy quieren huir: Un reino bajo la luna, de Wes Anderson

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La 65ª versión del Festival de Cine de Cannes se inauguró con el séptimo largometraje del director norteamericano Wes Anderson, Un reino bajo la luna (Moonrise Kingdom, 2012), una nueva constatación de sus habilidades como autor formalista. El universo creativo de Anderson es tan peculiar, que de inmediato son reconocibles sus huellas estilísticas: humor seco y aparentemente no provocado ni buscado, pasmo y extrañeza de unos personajes a la vez estrambóticos y entrañables, puesta en escena deliberadamente artificial, estatismo de la cámara y un concepto claro del espacio arquitectónico como protagonista.

Jamás se ha traicionado en esas características y con ellas construye unos filmes atentos al detalle (colores, escenografías, vestuario), al diálogo nunca superfluo, a la difícil interacción de personajes que parecen vivir cada uno en su mundo. Habría el riesgo de que la forma se tragara a la narración, pero por fortuna el director logra detenerse al borde del abismo y pone a salvo unas narraciones corales complejas e inteligentes. Anderson no teme a los riesgos, los asume como consecuencia natural de su estilo, el mismo a cuyo alrededor se ha creado un culto cinéfilo, mientras paralelamente no son pocos los que rechazan su cine por pretencioso e impenetrable.

Un reino bajo la luna (Moonrise Kingdom, 2012)

Un reino bajo la luna parece a primera vista un nuevo capítulo de su muy personal aproximación al cine, pero hay una sutil y nada despreciable diferencia. En esta ocasión Wes Anderson confía los roles protagónicos a dos adolescentes, Sam (Jared Gilman) y Suzy (Kara Hayward), para que comanden ellos el desarrollo de una historia de amor y solidaridad, dos palabras a las que él parecía estar ajeno. Está es pues su película más sensible, que no sensiblera. La habitual distancia del director hacia sus personajes se ha borrado acá, reemplazándola por una cercanía cómoda.

Acompañaremos a dos adolescentes enamorados que huyen de su presente gris, dominado por una disciplina adulta que no entienden ni comparten, pretendiendo ellos vivir la utopía del primer amor. Es 1965 y ambos viven en una isla de la costa de Nueva Inglaterra. Que Sam sea un scout facilita las cosas a la hora de sobrevivir en medio de la naturaleza. Lo demás es descubrirse, maravillarse con la cercanía del otro, soñar que es posible vivir a la orilla de una playa desierta, en un paraíso idílico que solo existe para ellos. Juntos no se sienten atacados, juzgados ni amenazados. Los problemas y traumas que arrastran parecen anularse al contacto con el otro.

Un reino bajo la luna (Moonrise Kingdom, 2012)

Su pureza y su ingenuidad –sobre todo de Sam, pues Suzy ya apunta a ser toda una lolita- hace más grande el contraste con la ridiculez melancólica (una expresión con la que uno podría definir a los personajes de Anderson en sus filmes) que exhiben los adultos del filme, tanto el jefe scout interpretado por Edward Norton, como los padres de Suzy –la actriz Frances McDormand y Bill Murray, el actor fetiche de Anderson- y el lánguido jefe de policía (Bruce Willis), amante de la madre de Suzy. Sus conflictos internos, su incapacidad de escuchar a los demás y su egoísmo son los detonantes de todo el drama que vemos en Un reino bajo la luna. Sam y Suzy son víctimas de un sistema normativo -los scouts, los padres adoptivos, la familia- diseñado para ignorarlos, para no prestar atención a sus necesidades y reclamos.

Wes Anderson quiere hacerles justicia con este filme, el menos truculento de su cine, el más romántico y soñador. Se dio cuenta a tiempo que un poco de calidez a nadie le hace mal.

Publicado en la edición digital de la revista Arcadia No. 87 (Bogotá, dic /12 – enero/13).
©Publicaciones Semana, 2012

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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