Septiembre 5, de Tim Fehlbaum

“Soy Jim McKay hablando en vivo desde el centro de operaciones de ABC, afuera de la villa olímpica en Múnich, Alemania Occidental. La paz de las llamadas “Olimpiadas serenas” se destruyó antes del amanecer esta mañana, sobre las 5:00 am, cuando terroristas armados con metralletas, con caras oscurecidas, treparon por la valla y se metieron al cuartel general del equipo israelí y mataron inmediatamente a un hombre, Moshe Weinberg, un entrenador. Dos disparos a la cabeza, uno en el estómago. Desde entonces tienen secuestrados a otros catorce y el último informe es que uno más ha sido asesinado”. Con esas palabras se inició, el martes 5 de septiembre de 1972, la transmisión de ese día de la cadena de televisión ABC que cubría los juegos olímpicos de Alemania. Se estaba dando a conocer al mundo, en vivo y en directo, un ataque terrorista: el del grupo “Septiembre negro”, una facción de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que secuestró en Múnich a una parte del equipo olímpico israelí, exigiendo la liberación de 200 prisioneros de guerra palestinos que estaban en cárceles israelies.

Septiembre 5 (September 5, 2024), el tercer largometraje del director suizo Tim Fehlbaum, nos ofrece una recreación verista de lo sucedido, pero desde la perspectiva del equipo periodístico deportivo de ABC, que de repente se vio obligado a cubrir un evento noticioso para el que no estaban preparados, pero pese a eso, a lo largo de dieciséis horas ininterrumpidas trasmitieron los sucesos hasta un desenlace que ya es parte de la historia. Lo que veremos en la pantalla de cine se centra, desde la puesta en escena, en el centro de control de la transmisión de ABC, recreando la tensión que ahí se vivía y las decisiones de último segundo que debían tomarse para transmitir (o no) un acto terrorista que podría tener consecuencias fatales, dado que los terroristas amenazaron con asesinar un rehén cada hora si no se cumplían sus exigencias. Muchas de las imágenes icónicas que tenemos de esos eventos son sacados de la transmisión de ABC, como la famosa foto del terrorista israelí de pasamontañas asomado a unos de los balcones de la villa olímpica.

Hay otra película necesaria para entender el nudo dramático de Septiembre 5. Se trata de Múnich (2005), de Steven Spielberg. En las secuencias iniciales se describe el ataque terrorista y se utilizan ´-como contexto a los hechos- imágenes reales de la transmisión de ABC y también de otros medios internacionales que empezaron a cubrir posteriormente el suceso. La recreación que hace Spielberg incluye la perspectiva de los terroristas, subrayando un hecho crucial: los secuestradores estaban viendo en las habitaciones de sus rehenes la transmisión de ABC y eso les permitió monitorear las posiciones de las fuerzas policiales alemanas que se disponían a atacar la villa olímpica y prepararse para algún ataque sorpresa, ajustando sus planes. La película de Spielberg también nos enseña al terrorista del pasamontañas, pero desde la habitación donde está y como un televisor en esa habitación nos lo está mostrando desde afuera. Más tarde veremos al grupo de terroristas viendo la televisión cuando se pretende sitiar el sitio donde están y la voz de un locutor cuenta que “ahora parece que el sitio del edificio donde están los rehenes se canceló y la policía alemana se está retirando. Los oficiales abandonaron sus planes cuando el líder fedayín salió del edificio y exigió que levantaran el sitio señalando que toda la operación se veía en la televisión dentro del apartamento”. La transmisión de ABC al llevar los hechos en directo a una audiencia de unos 900 millones de personas, incluyó sin pretenderlo a los propios terroristas. En 1972, el mundo no vio un secuestro, vio un espectáculo, y los terroristas fueron los primeros espectadores, sentados frente al televisor como nosotros frente a esta película.

Ahí radica la contradicción que Septiembre 5 busca desentrañar con su relato: el medio que debía ser testigo se convirtió en protagonista involuntario, un ojo que no solo miraba, sino que alteraba lo que veía. Unos periodistas que no solo informaban, sino que daban forma a los hechos que cubrían. Como haciendo eco de McLuhan, el medio aquí no solo fue el mensaje, sino también el arma, un espejo que reflejó el caos y lo amplificó. ¿Tuvieron la culpa de lo que pasó con estos rehenes? ¿Es suyo ese desenlace de los eventos? ¿Era mejor mostrar lo que pasaba o era mejor no hacerlo? La película no acusa, pero deja unos interrogantes que vale la pena discutir. La responsabilidad de un medio es informar objetivamente, pero cuando esa información indirectamente ayuda a perpetuar o a prolongar (como en este caso) un crimen puede que la necesidad de difundir esa información haya que sopesarla frente a los posibles riesgos que genera. Los de la ABC se debatían entre difundir la verdad y colaborar con la tragedia. No era una elección fácil.

A esta altura del texto no he mencionado a los actores de Septiembre 5 -Peter Sarsgaard, John Magaro, Ben Chaplin, Leonie Benesch, Zinedine Soualem- quizá porque la película está diseñada para mostrar la labor colectiva, no para el lucimiento individual de alguno, pese al rol protagónico de Magaro como Geoffrey Mason, el inexperto jefe de transmisión en cuyos hombros quedó toda la responsabilidad de sacar al aire durante 16 horas toda esta tragedia. A su alrededor se desarrolla un reto no solo técnico y noticioso, sino ético, una mezcla que él, sus jefes y los operarios debían analizar y resolver en tiempo real, sin poder reflexionar sobre el peso de sus decisiones. Si se equivocaban sabían que todos iban a reproducir esa equivocación, si ocultaban algo sabían que los rehenes podían verse afectados, si transmitían todo estaban seguros que alguien iba a aprovecharse de esas imágenes que mostraban –no lo olvidemos- secuestrados y víctimas judías en territorio alemán. Una encrucijada que esta película convierte en un drama intenso, lleno de fuerza y sobre todo de dilemas que resuenan en nuestra cabeza.
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