Cantos para un difunto: Siembra, de Ángela Osorio y Santiago Lozano
Siembra (2015) es el debut como codirectores de Ángela Osorio y Santiago Lozano, y surgió a partir de su trabajo de tesis de pregrado, Cuatro esquinas. Se trata de una nueva aproximación al tema del desplazamiento forzado colombiano y al asentamiento de estas personas en sectores marginados de las grandes ciudades. Supongo la expresión desencantada del lector al enterarse que está ante un filme con una temática que muchos espectadores de cine dan por agotada, pero creo que sobre esta problemática social aún hay mucho por manifestar, y el arte se constituye en un motivo más que válido para que no olvidemos a compatriotas sumidos en el abandono y en el anonimato.
Sin embargo debe anotarse que Siembra posee unas características estéticas que subliman y matizan cualquier propósito de denuncia que pudiera pretender. Tiene una fotografía en blanco y negro bien cuidada y unos recursos formales muy estudiados, que no reflejan la trayectoria de dos debutantes. Entre esos recursos es la música el mejor manejado y ejecutado, pues mezcla folclor del pacifico –cantos rituales y fúnebres- con sonidos urbanos de extracción foránea, en una amalgama a primera vista difícil pero que refleja con éxito el distanciamiento generacional de los protagonistas, un hombre y su hijo, desplazados violentamente de alguna región de la costa pacifica y ahora asentados en un barrio de invasión en la periferia de Cali.
“Turco” es el apelativo del padre, un hombre taciturno, recio e incapaz de adaptarse a su nuevo hábitat, mientas su hijo Yosner encuentra en el hip-hop y en el rap una forma de expresión sensorial que le hace olvidar sus raíces y dar sentido a su vida a través del baile. El Turco no puede hacer el duelo de su tierra, mientras Yosner decide quemar las naves. La precariedad del ámbito social en que se mueven hace estallido y ahora el Turco debe afrontar dos duelos. Siembra se va con él a rumiar una pena que difícilmente es capaz de expresar con palabras. Le han hecho mucho daño, pero su dignidad sigue indemne.
Este personaje, bien construido y mejor interpretado, parece un mar de contradicciones, pero es en últimas solo un hombre ahogado por la desolación, que ante las ruinas de su vida solo acata a cantar un réquiem, un canto final para un difunto amado y llorado en silencio.
Publicado en la columna “Séptimo arte” del periódico El Tiempo (24(04/16), sección “debes hacer”, p. 3
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