A Very Big Brother: Snowden, de Oliver Stone
“Y estoy personalmente más dispuesto a correr el riesgo de encarcelamiento, o cualquier otro resultado negativo, de lo que estoy dispuesto a arriesgar la restricción de mi libertad intelectual y la de los que me rodean, por quienes me preocupo al igual como lo hago por mí mismo. Y nuevamente no quiere decir que me esté sacrificando de modo personal, me sienta bien en mi experiencia humana saber que puedo contribuir al bien de los demás”. Son las palabras de Edward Snowden ante una pregunta del periodista Glenn Greenwald del periódico inglés The Guardian sobre el riesgo a las que se exponen su privacidad e integridad personal. Están en Hong Kong en una habitación de hotel a mediados de 2013. Los acompaña la documentalista Laura Poitras que está registrando este encuentro secreto, que terminará siendo parte del material con el que ella hizo Citizenfour (2014), ganador del premio Oscar como mejor documental.
Edward Snowden –exempleado de la CIA y excontratista de la NSA– reveló a través de The Guardian la intercepción ilegal que esas agencias gubernamentales estaban haciendo de prácticamente cualquier comunicación humana –telefónica, de correo electrónico, redes sociales, mensajes de texto, transacciones comerciales– en pro de la seguridad nacional, desatando un escándalo mediático de proporciones mayúsculas que lo llevó a exiliarse en Rusia acusado de espionaje.
Gran parte del valor de Citizenfour radica en su inmediatez: estamos presenciando el momento en que Snowden decide confiarle a alguien las evidencias de su denuncia para hacerlas públicas, a sabiendas de lo que eso va a representar para su vida. El documental no pretende ser didáctico, está mostrándonos en vivo y en directo el desarrollo de una noticia. Aquí es donde Snowden (2016), de Oliver Stone -que podría verse como un detrás de cámaras de Citizenfour desde la ficción- tiene cabida dándole contexto dramático a lo que este joven se decidió a develar. La película le da un marco mucho más accesible a esta historia, haciendo que entendamos la dimensión inverosímil de la vigilancia a la que nuestros datos privados han sido sometidos. Stone es un realizador muy experimentado y este tipo de temas de denuncia contra el establecimiento lo hacen volver a terrenos que conoce y en los que ha sido exitoso, como los explorados en JFK (1991), Nixon (1995) y W. (2008). Hacía años, sin embargo, que su interés en el cine político y sus ideas de izquierda lo había hecho caer en excesos como los cometidos en los documentales dedicados a Fidel Castro, Hugo Chávez, Evo Morales y compañía.
Snowden es un retorno a su mejor forma como narrador. Se le siente cómodo desplegando sus habilidades para generar tensión a partir de una larga serie de acrónimos, programas informáticos, agencias secretas y bases de datos a los que él da sentido a partir de la paranoia que Edward Snowden siente a medida que se sumerge más en esos secretos y se da cuenta que el “gran hermano” que Orwell describió en 1984 no es exactamente una creación literaria sino una presencia diurna, real y omnipotente que está socavando la privacidad de todos.
Curiosamente me da la impresión que el personaje del propio Snowden (pese a la excelente caracterización de Joseph Gordon-Levitt) es el que menos interés le despertó a Stone, más preocupado en que la denuncia quedara clara y resonara fuerte, que en describirnos y desarrollar de manera tridimensional la figura de un hombre que era un misterio antes de empezar el filme y que lo sigue siendo al terminarse. Edward Snowden fue para Stone un vehículo y no exactamente un protagonista. Esta película no es sobre su vida, es sobre lo que se atrevió a filtrar. Sus razones para hacerlo tampoco le importan, le importa lo que hizo y las consecuencias políticas de ese hecho. Stone no sabe cómo representar la humanidad de Snowden, pero no debe extrañarnos: lo suyo es el retrato de lo inhumano, como nos mostró en Platoon (1986) o en Wall Street (1987).
En la película de Stone hay al final unas declaraciones de Snowden a la CNN, cuando su nombre sale a la luz pública, donde él manifiesta que, “el temor que más se impone son las consecuencias que habrá en EE.UU. con estas revelaciones y de que nada vaya a cambiar, y sin son meses, luego son años y se ponga peor. Y entonces, eventualmente, en algún momento, un nuevo líder será elegido que pulsará el botón. En ese momento la gente no podrá hacer nada para oponerse. Así que volveríamos a una tiranía”. No sé si sean palabras reales de Snowden o del guion del filme que Stone escribió con Kieran Fitzgerald, pero en cualquier caso asustan más –por lo clarividentes– que cualquier película de terror.
Snowden se antoja menos una biopic que una película muy bien concebida sobre un hecho espeluznante que con el paso del tiempo y la avalancha de noticias, (des)información y mentiras que sazonan nuestro día a día se va mimetizando y desapareciendo de los titulares sin que sepamos a ciencia cierta qué tan controlados nos tienen y que están haciendo con esa información, pues estoy seguro –sin ser paranoico- que los ojos de un very big brother nos vigilan mucho más allá de las ubicuas cámaras de seguridad que hay en todas partes. Sonrían, los están viendo. Y tomando atenta nota.