Son como niños: Bottle Rocket, de Wes Anderson
Todo empezó con un cortometraje de 13 minutos, llamado Bottle Rocket, realizado por un par de jóvenes texanos, Wes Anderson y Owen Wilson, que asistían a un taller de dramaturgia en la Universidad de Texas en Austin. Este corto, realizado en 1992, pero estrenado en el Festival de Sundance en 1994, fue todo un éxito.
Con imágenes en blanco y negro se nos cuenta la historia de dos jóvenes, Dignan (Owen Wilson) y Anthony (Luke Wilson), que roban primero una casa y posteriormente, con ayuda de un socio llamado Bob (Robert Musgrave), asaltan una librería. No lucen como criminales, son personas aparentemente inocentes que roban por hobbie, por hacerse los valientes. En realidad son como niños, para ellos todo es un juego, no se toman sus actos ni a ellos mismos en serio. Sus diálogos, las apuestas que hacen, sus pequeñas riñas revelan una gran camaradería, pero a la vez una candorosa mentalidad infantil. Hay un humor seco y absurdo en este pequeño relato de un improvisado y nada convencional trío de ladrones de medio pelo.
La mentora de Anderson y Wilson, la productora Barbara Boyle, le mostró el cortometraje y su guión a Polly Platt, una colaboradora del director y productor James L. Brooks, quien tenía un acuerdo con Columbia Pictures. A Brooks le gustó el corto y se llevó a ese par de novatos a Hollywood para convertirlo en un largometraje. Durante un año reescribieron el guión y durante el siguiente rodaron el filme. La compañía de Brooks reunió los cinco millones de dólares que costó la cinta, que también se llamó Bottle Rocket.
Para estrenarlo en un ambiente artístico propicio se pensó en recurrir de nuevo al Festival de Sundance, pero para la sorpresa y decepción de sus realizadores, fue rechazado para entrar a la competencia. Terminaría estrenándose comercialmente en los Estados Unidos el 21 de febrero de 1996. El largometraje –ahora a color- retoma la premisa básica del trío de inusuales e inesperados asaltantes. Los robos a la casa y a la librería se mantienen pero se añaden, como era de esperarse, otros elementos dramáticos adicionales: básicamente un interés romántico para Anthony, un sensei para Dignan y un entorno familiar para Bob.
Lo que tenemos es un pequeño grupo de asaltantes que parecen jugar a lo que jugaban los gángsters aficionados de Banda aparte (Bande à part, 1964) de Jean-Luc Godard, o sea a montar un plan criminal con babas, tal como lo haría un grupo de escolares en un recreo. Se creen los malos de la historia, pero ellos en el fondo saben que no son así y que todo es un síntoma de la desubicación personal en la que viven. Los une, eso sí, una amistad a toda prueba, una resistente a golpes, zancadillas, pequeñas traiciones, errores, fugas y torpezas. Dado que sus familias están ausentes (como en la caso de Anthony), no existen (como en Dignan) o los oprimen (el caso de Bob), ellos deciden escapar y crear un nuevo orden familiar, donde ellos tres sean los artífices de su presente y su futuro. El plan de acción de Dignan, que prevé todo lo que harán de acá a 25 años, no solo es muestra de su candor sino de su decisión de “quemar las naves” e imaginar un porvenir mejor junto a sus compañeros en el crimen. Bottle Rocket también parte de un acuerdo familiar y de amigos, pues Anderson, Robert Musgrave y Owen Wilson eran amigos y compinches, y además este último actúa en la película junto a sus hermanos Luke y Andrew.
Sabemos desde el principio que nada de lo que planean Anthony, Dignan y Bob saldrá bien, pero nos interesa su destino sencillamente porque Wes Anderson también se interesa sinceramente por él. El director pudo haberse puesto por encima de sus personajes y hacer una farsa en la que se burlara de ellos, pero fue lo suficientemente bondadoso como para hacer eso. Por el contrario, evitando juzgarlos, se preocupa por ellos, los cuida, les hace caso, les sigue el juego, se alegra con la conquista romántica que Anthony logra, disfruta cuando el hermano mayor de Bob es humillado y sufre cuando el atraco perfecto que Dignan concibe se desbarata. Además nunca deja de mostrarnos la perspectiva de ellos, los vemos tal como ellos mismos se ven, no como los demás los perciben. Es más, nunca va a desinflar el globo de sus quiméricos sueños. Todo esto dentro de un marco tragicómico, donde el humor absurdo y a veces no pretendido –tipo Jim Jarmusch- está dosificado con gran inteligencia a lo largo de todo el metraje.
Esa ternura de Anderson hacia su trío protagónico evita que pensemos que están dementes o que sufren algún retardo mental, sino que creamos de veras que son unos desadaptados, unos misfits inofensivos que requieren una amonestación afectuosa y una intervención psicológica puntual antes que un castigo penal. Martin Scorsese escribe en marzo del 2000 un texto sobre Anderson en la revista Esquire donde resalta estas mismas características. En un aparte del texto anota que “Este tipo de sensibilidad es rara en el cine. Me hace pensar en Leo McCarey, el director de Make Way for Tomorrow y The Awful Truth. Y también en Jean Renoir. Recuerdo haber visto las películas de Renoir cuando era niño y de inmediato sentirme conectado a los personajes gracias a su amor por ellos. Pasa lo mismo con Anderson. Me he encontrado volviendo a ver Bottle Rocket muchas veces. También estoy muy orgulloso de su segundo filme, Rushmore (1998); tiene la misma ternura, la misma clase de gracia. Ambos son muy divertidos pero también muy conmovedores”.
Nacía así la carrera de Wes Anderson. Acá todavía su estilo falta por acabar de pulir, aún no hay ese formalismo extremo que lo va a caracterizar. Pero ya su mundo personal está presente, así como su particular concepto de la comedia fílmica. Es fantástico ver como nunca se ha traicionado, constatar como película a película va solidificando su mirada. Pero todo empezó acá, en lo que originalmente fue un corto de 13 minutos llamado Bottle Rocket…
Publicado en el cuadernillo digital 2014-II de la Revista Kinetoscopio. Medellín, noviembre de 2014.
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2014
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