Una depredadora: Tár, de Todd Field

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Todd Field no realizaba una película desde Secretos íntimos (Little Children, 2006) y su regreso a la dirección fue con un vendaval llamado Tár (2022), una poderosa alegoría sobre el poder y su falta de límites morales. Lydia Tár (interpretada con todos los honores por Cate Blanchett) encarna en un solo ser todo lo que de elevado, rutilante, soberbio, caprichoso y tiránico tiene una figura mediática, que a la vez es respetada por el tipo de música erudita que interpreta y compone. No es una influencer cualquiera, es la directora de la orquesta sinfónica de Berlín, una auténtica rockstar de la música culta, con todo el boato que eso implica, con todo el entramado jerárquico y reverencial que una mujer intelectualmente tan preparada genera.

Tár (2022)

A su alrededor giran como moscas toda una corte de personas (periodistas, maestros, colegas, alumnos, músicos) que no hacen sino incrementar la sensación que ella tiene de que todo se lo merece. Su asistente personal no es exactamente una secretaria, sino una joven directora de orquesta, una discípula llamada Francesca (Noémie Merlant), que debe soportar a toda hora los caprichos y desplantes de su “jefe”. En un momento dado supuse que la relación entre ambas derivaría hacia la dialéctica que establecieron María y Valentine, los personajes protagónicos de Las nubes de María (Clouds of Sils Maria, 2014), pero no, acá es asunto de sumisión, humillación y muchos silencios. Un patrón que parece repetirse con Sharon (Nina Hoss) la pareja de Lydia, una violinista alemana con quien tiene una hija pequeña.

Tár (2022)

Cuando la película empieza, Lydia Tár está en la cima. Es impresionante el despliegue narrativo del que Todd Field hace uso para mostrarnos al poder y al ego convertidos en una mujer: todo es grandilocuencia, mando, consciencia de sus certezas, uso y abuso de su sapiencia docente. Stanley Kubrick habría estado conforme con el manejo de recursos de los que se sirve Field, que evita a toda costa que Tár se convierta en una parodia. Para eso contó además con la sapiencia actoral de Cate Blanchett, que impide que este retrato derive en una sátira, un acto de equilibrio en una cuerda floja que ella –alambrista experta- ejecuta durante todo el filme. En Tár todo es asunto de control, todo.

Tár (2022)

A medida que la película avanza, vamos descubriendo las fisuras de su imagen, los poros de su imperfección humana, las máculas de sus actos pretéritos y presentes, sus tics, sus manías, sus fantasmas, el temor que tiene al contacto humano real. Lydia es una mujer depredadora y nada va a impedir que sacie su sed perenne de nuevas víctimas. Parece que tiene todo, que ya lo ha logrado todo, pero ella quiere más, y eso terminará por condenarla. Se comporta como una vampira diurna y eso añade capas de irrealidad (y casi de surrealismo) a una mujer que sería insoportable si en realidad existiera, aunque sospecho que el director Field se inspiró en más de un personaje real para construirla.

Tár (2022)

Un relato que empieza con su protagonista en las alturas no tiene más remedio que ir cuesta abajo con ella, pero esta caída es particularmente dolorosa porque está provocada por actos y violencias que tradicionalmente asociamos con los hombres que detentan poder, no con mujeres. Field nos recuerda simplemente que las malas conductas del ser humano no tienen género, así Lydia Tár sea lesbiana. Si bien los temas relacionados con el acoso se han manejado en el cine casi siempre desde la perspectiva de la víctima, el director y guionista opta por el reverso de la historia, por empujarnos hacia la mente de la victimaria y desde ahí tratar de explicarnos como funciona su psicopatía, como opera su estrategia de depredación humana, el grado de seducción o de manipulación que aplica, los hilos que hala, los impulsos que la desbordan, el objeto de deseo que la desborda.

Tár (2022)

Para castigarla, Field cambia el tono y el ritmo del relato y deja a la protagonista en manos de aquellos que la elevaron a las alturas, que sostuvieron y aguantaron su mentira existencial, y que ahora se sienten traicionados por ella. La hacen a su vez víctima del ostracismo derivado de la cultura de la cancelación, tan propia de estos tiempos de ídolos instantáneos y de linchamientos públicos a través de las redes sociales, implacables a la hora de juzgar y condenar sumariamente. El descenso a los infiernos de Lydia Tár no lo asume Field como un acto de revanchismo de su parte, sino como la consecuencia lógica de una situación insostenible que tarde o temprano iba a reventar. La fractura –al principio casi invisible- en las columnas que sostenían su mala consciencia terminó por aplastarla. Nadie iba a socorrerla.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A. – Instagram: @tiempodecine

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