Por ella: Tarde para la ira, de Raúl Arévalo
Ella representa la pasión. Y lo prohibido. Por eso es, sencillamente, irresistible para él, un hombre que sabe que no tiene ninguna oportunidad con una mujer así. Pero cuando se da cuenta que no le es indiferente, que para ella no ha pasado inadvertido, él no va a perder la oportunidad de satisfacer un deseo que, entiende ahora, era mutuo. Pero esa mujer es ajena: hay otro hombre en su vida con quien la une un lazo difícil de desatar. A menos que algo le ocurra, que sea posible sacarlo de en medio, deshacerse de él para siempre y ser feliz junto a ella.
Lo que acabo de describir es el planteamiento mental que un espectador de Tarde para la ira (2016) se hace con las secuencias iniciales de la ópera prima del hasta ahora actor –y ya director y guionista- Raúl Arévalo. Sin embargo, esa es exactamente la película que Tarde para la ira no es.
Hemos sido llevados hasta ahí por la inteligencia de un guion que supo dosificar muy bien la información que sus autores quisieron brindarnos para que pensáramos que habíamos llegado a un tipo de filme emparentado con el film noir –El cartero llama dos veces (The Postman Always Rings Twice, 1946)- o sus antecesores –Ossessione (1943)- donde el protagonista está cegado por el deseo representado por una mujer que está unida a alguien más. Pero no. Lo que tiene ciego a José, el protagonista de Tarde para la ira– no es la lujuria. Es la venganza.
José (interpretado por Antonio de la Torre) viene acumulando desde hace años una sed enorme, patológica, que solo tiene una forma –desde su óptica- de ser saciada. “Por ella cada sin sabor, cada sin sentido / las lágrimas por mí derramadas, también las caricias / los celos, la furia callada”, canta José Manuel Soto en la banda sonora, como para anunciarnos que estamos asistiendo, sin poder ni querer apartar un instante los ojos de la pantalla, a ver lo que ocurre cuando un alma ha guardado tanto resentimiento que un día no puede callar más y estalla.
Implacable, brutal y pasmosa es esa detonación, que rompe con cualquier idea que nos hubiéramos hecho sobre el rumbo hacia el que se dirigía un largometraje que contiene giros y sorpresas que sería imperdonable revelar, pero que hablan a gritos de los abismos a los que nos empuja el dolor y que aquí vemos convertidos en unas secuencias de una ferocidad y un vértigo que nos dejan exhaustos. Hay mucho riesgo y mucho talento involucrados en un resultado tan visceral como el que exhibe un thriller como Tarde para la ira.
Raúl Arévalo -el actor de Azuloscurocasinegro (2006) y de La isla mínima (2014), por solo mencionar dos títulos familiares al lector- ha hecho con su debut como director un filme tenso, cerrado, doloroso muchas veces, satisfactorio siempre.
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