Tartamudeo real: El discurso del rey, de Tom Hooper
Periódicamente Hollywood cae rendido frente a una producción británica. La fascinación de las antiguas colonias por el cine de su patria madre –sobre todo si se trata de películas históricas- es algo digno de estudiar. Ojalá a partir de ese embrujo el cine norteamericano aprendiera a hacer películas más inteligentes, más ingeniosas y más complejas. Como las buenas películas inglesas.
Una nave británica que llegó a las salvajes costas estadounidenses con ganas de triunfar fue El discurso del rey (The King´s Speech, 2010), una benévola y compasiva mirada a las dificultades de expresión oral que el futuro rey Jorge VI (padre de la soberana actual) enfrentaba ad portas no solo de su coronación, sino de lanzar a su patria a la Segunda Guerra Mundial. Sin mencionar el hecho que el guion del filme tenía que mostrar una imagen del soberano que dejara satisfechos a los susceptibles habitantes del Palacio de Buckingham, la película se niega a profundizar en la situación política de esos años y en el papel asumido por el Rey, más allá de ser un símbolo de unidad con un grave problema de tartamudeo que debía ser superado.
Esa anécdota es el centro del filme. Lo que en un libro de historia es un pie de página, acá es el núcleo de un relato muy gracioso en la descripción de la interrelación entre el monarca (Colin Firth, coronado con el Oscar) y su indomable profesor de dicción (un impagable Geoffrey Rush que parece divertirse en cada fotograma), pero cuya levedad va a molestar a aquellos interesados en el cine de corte histórico más serio. Es más, el tradicional boato de la puesta en escena de este tipo de filmes ha sido reemplazado acá por un diseño de producción parco, que privilegia la oscuridad y la sencillez escenográfica. La intencionalidad de tal decisión formal escapa a mi conocimiento, pero creo que debe ir más allá del mero ahorro de recursos económicos. ¿Querrá reflejar el ánimo colectivo de ese difícil momento?
El duelo de voluntades entre “Bertie” –el apelativo familiar de Jorge VI- y el profesor Lionel Logue ofrece los frutos más jugosos de una película sencilla y bien intencionada que se apoya en el tradicional humor inglés para brindarnos momentos sumamente entretenidos y chispeantes, pero que corren el riesgo de agotarse al carecer de un nudo dramático que vaya más allá de la superación de un problema de dicción en una figura pública. No por nada el momento cumbre del filme es la pronunciación de un discurso al país a través de la radio. Nada más, pero tampoco nada menos. En ese momento nos sentimos cerca a ese atribulado monarca y queremos sinceramente que logre expresarse con propiedad. No se trata de una gran aventura externa, pero para él representaba darle esperanza a un pueblo con extrema necesidad de ella. Igual esta tampoco es una película que vaya a partir en dos la historia del cine, pero su mensaje de optimismo llega más lejos y más hondo que cualquiera de las películas con intereses comerciales más explícitos, inversamente proporcionales al tiempo que permanecerán en nuestra memoria.
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