¡Tom Jones, salve usted a la Tierra!: ¡Marcianos al ataque!, de Tim Burton

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Hacer sátiras inteligentes es todo un arte. Y hacerlas en el cine es un arte difícil y que puede llevar a geniales películas o a precipitarse en estrepitoso y lamentables desastres. En los últimos años recuerdo tres películas inteligentísimas, apoyados todas en guiones de excelente factura dentro del género satírico: me refiero a El juego de Hollywood (The Player, 1992), de Robert Altman, Todo por un sueño (To Die For, 1995), de Gus Van San, y Ed Wood (1994), de Tim Burton. Paralelamente han surgido unas sátiras insulsas, más bien unas parodias que llevan la impronta de Jerry Zucker, David Zucker y Jim Abrahams, y que pretenden burlarse de películas taquilleras, gente de la farándula y personajes del cine, la música y la política internacional. Hablo de cosas como Supersecreto (Top Secret!, 1984) o ¿Y dónde está el policía? (The Naked Gun: From fhe Files of Police Squad, 1988), cintas que misteriosamente llegan puntualmente a nuestras pantallas, sin el demorado y lento tramite por el que deben pasar los filmes realmente valiosos. Es más, estoy casi seguro de que el estreno de ¡Marcianos al ataque! (Mars Attacks!, 1996) se debe a que fue confundida con uno de las películas de los Zucker. O en el mejor de los casos, con una de Mel Brooks.

¡Marcianos al ataque! (Mars Attacks!, 1996)

Y si el resultado de ¡Marcianos al ataque! no es del todo satisfactorio, es por lo menos una película curiosa y que debe entenderse como una obra que es parte del cuerpo fílmico de un autor en proceso de cosas grandes. No es otro el calificativo que me merece Tim Burton, un director inteligente que desde sus inicios en el cine mostró que no era uno de los del rebaño de realizadores norteamericanos cuyas obras son indistinguibles una de otra. Aunque sus inicios como dibujante en la Disney no le permitieron una gran libertad creativa, sus cintas siempre se han caracterizado por un estilo visual y temático muy particular. Hay en él un espíritu sombrío, amargo, burlón pero dolorido, satírico y pesimista que le ha dejado deambular, sin embargo, por géneros diversos sin encasillarse o dejarse encasillar en ninguno. De esta manera, supimos de él por Frankenweenie (1984), una divertida rareza de media hora que la Disney se negó inicialmente a distribuir a pesar de su inocente empaque de mediometraje infantil. En esa cinta ya pueden verse los elementos que constituirán su cine posterior: el gusto por el blanco y negro, y el enorme potencial expresionista que ve en las sombras, su pasión por la tragedia, su enorme respeto por los clásicos del género del horror, y claro, su corrosivo humor. La historia de un niño que revive o su perro a la usanza del Dr. Frankenstein, trajo para Tim Burton más problemas que triunfos, pero fue un paso inicial de aprendizaje, más firme que tambaleante. Si bien Pee¬wee’s Big Adventure (1985) y El Superfantasma (Beetlejuice, 1988) son básicamente experimentos estilísticos muy elaborados pero poco valiosos, le sirvieron para dar el salto al cine comercial de primero línea donde, ahora con más recursos económicos, pudo dar rienda suelta o sus convicciones como artista.

¡Marcianos al ataque! (Mars Attacks!, 1996)

Creo que no es fácil olvidar a ese sombrío Batman (1989), que la mano del fallecido Anton Furst ubicó en una Ciudad Gótica negra y nocturna, y donde Burton fue en extremo purista con la iconografía de un personaje ambiguo al que supo respetar. Obseso con los freaks (y Batman es uno) se embarca luego con El joven manos de tijera (Edward Scissorhands, 1990) su doble homenaje a Tod Browning y a su agónico mentor, Vincent Price. Regresa de nuevo a las calles de Ciudad Gótica con un Batman vuelve (Batman Returns, 1992) crudo, negro y amargo que no fue una experiencia fácil de disfrutar. Y si esa película fue, como muchas de este director, supuestamente dirigida a una audiencia juvenil despreocupada, que decir de El extraño mundo de Jack (The Night Before Christmas, 1993) que, aunque lleva la firma de Henry Selick, es su respuesta personal o quienes aún no entendían con quién estaban tratando. Una auténtica y macabra pesadilla…

¡Marcianos al ataque! (Mars Attacks!, 1996)

Un personaje como Edgard Wood Jr, premiado con el título del peor director de la historia del cine (yo tengo otros candidatos), era un bocadillo delicioso para Burton que en su alabada y meritoria Ed Wood (1994) puso, literalmente, todo la carne en el asador. Sus temas recurrentes están aquí: lo soledad del outsider, el gusto por lo kitch, la reverencia a los ídolos del posado, el gore barato, los películas de serie B, el cómico cinismo de su mirada. Pero aquí hay algo más y muy importante: Tim Burton se puso de lado de su personaje y antes que ridiculizarlo, hizo de él un ser humano, tan frágil y contradictorio como cualquiera de nosotros. Eso hizo a Ed Wood una película sensible y memorable. En mi opinión, el punto más alto de su carrera.

El cine de Tim Burton gravita alrededor de uno órbita común: la enorme soledad de sus personajes, condenados a cargar con el peso de ser distintos, de no hacer parte de la masa, del común de la gente. He ahí el dolor de su visión, la singular agonía de sentirnos solos e incomprendidos, teniendo mucho que decir y muchas ganas de decirlo. ¿Pero cómo hacerle ver a los demás qué por no ser iguales no somos peores? Sus personajes o veces responden con violencia y rencor a esta pregunta, pero por lo general aceptan con tristeza un destino que otros eligieron por ellos.

¡Marcianos al ataque! (Mars Attacks!, 1996)

Arriba nos congratulábamos con lo humanidad de Ed Wood, pero sin duda uno de los aspectos que desconcierta de su última película, ¡Marcianos al ataque! es que carezca de ella. No hay en esta película ningún ser humano real: todos son dolorosas caricaturas, puestas por el director con un ánimo punitivo no sólo hacia los personajes, sino al parecer también hacia la pléyade de actores que participaron en esta cinta, pues como en los filmes corales de Robert Altman, aquí desfila un sinfín de integrantes de la jungla actoral de Hollywood, al parecer muchos de ellos tan solo para tener la oportunidad de trabajar con Burton. Es más, este filme sublima incluso algunos de los más recidivantes elementos de su cine, haciéndolos difíciles de reconocer, pero creo que lo que quería el director era eso: marcar una distancia con su cine previo.

¡Marcianos al ataque! (Mars Attacks!, 1996)

Podemos imaginar que fueron muchas las motivaciones que llevaron a la realización de esta película: quizás fue un homenaje a Plan 9 from Outer Space (1959), el indescriptible pastiche extraterrestre de Edgar Wood, aunque si a eso vamos también se ven referencias a la sin igual cinta de Kubrick Teléfono rojo, volamos sobre Moscú (Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love The Bomb, 1963), y es obvio que incluso toma elementos de la interesante obra de Fred Sears Earth vs. The Flyings Saucers (1956) y de la inefable El día de Independencia (Independence Day, 1996), en el primero de los casos como un ofrenda agradecida y en el último como rabiosa contraposición a un filme derechista, ejemplo del peor cine comercial que Hollywood puede hacer (y hacernos consumir, que es lo peor).

Pero a pesar de esto, algo me dice que las intenciones de Tim Burton son otras. Para mí, la verdadera intención es la de satirizar el cine satírico barato, ese de Zucker & Zucker y Abrahams. Burton quiere desnudar este tipo de cine y lo hace con crudeza y sevicia. No es otra lo virulenta agresividad de este filme, que no siente respeto hacia nada ni hacia nadie, ¿pero por qué habría de hacerlo? Si precisamente su propósito es darnos un golpe frontal, no puede ser otro el acercamiento. Y lo logra.

¡Marcianos al ataque! (Mars Attacks!, 1996)

Quien entre desprevenido a este filme saldrá confundido, molesto o burlado, pues el director no ahorra esfuerzos para mostrarnos que si se trata de hacer mal cine, él también puede simular hacerlo y hasta con mejores resultados: vean por ejemplo la intemporal mezcla de tecnología que nos muestra, combinando computadoras de los años cincuenta con armas nucleares, por ejemplo. Al parecer este filme fue, así mismo, un ajuste de cuentas con todo aquello que no fuera caro a sus afectos: la imagen presidencial, la lujuria vacua de Las Vegas, las sectas de la Nueva Era, el fanatismo religioso, el militarismo, la imaginería pacifista, el mal gusto y la ignorancia del norteamericano promedio, las series de televisión de los setenta, el cine de bajo presupuesto, las megaproducciones de Irwin Allen, la música de Slim Whitman y, claro, Tom Jones.

¡Marcianos al ataque! (Mars Attacks!, 1996)

Al poblar la película de referencias cruzadas, citas y bromas cinéfilas, le quitó universalidad y la convirtió en uno de esos filmes que los intelectuales se vanaglorian en admirar, pero que pocos en realidad disfrutan: a ¡Marcianos al ataque! le sobra bilis y le falta humor. Siendo sinceros, el principal defecto de esta película estriba en lo débil de la historia. Un filme coral requiere de una estructura sólida que sostenga no sólo una multiplicidad de situaciones, sino también de personajes, y esto no ocurre aquí. Burton se complace en la anécdota, en el gag aislado, en el detalle nimio, pero lo película quedo a la deriva, sin un hilo conductor que la rescate. Y así, se hunde bajo su paquidérmico peso.

¿Entonces este filme no debe verse? Sí, claro que debe verse. Sobre todo si usted padeció lo experiencia de tener que pagar para ver El Día de independencia, si tiene alguna rencilla personal con Jack Nicholson, Glenn Close, Danny De Vito, Michael J. Fox, Martin Short, Pierce Brosnan o Sarah Jessica Parker, o si disfruta el elegante humor de Beavis y Butt-Head (que es el estilo de los marcianos). En últimas, si Ud. admira a Tom Jones y quiere verlo al mando de un avión en misión peligrosa, no lo dude, ésta es su película. Yo quedo con una sensación extraña: Tim Burton me quedó debiendo algo.

Publicado en la revista Kinetoscopio no. 40 (Medellín, vol. 7, 1996), págs. 37-39
©Centro Colombo Americano de Medellin, 1996

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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