La desnudez de Inés: Toni Erdmann, de Maren Ade
“Si hay algo a lo que estés aferrada, háznoslo saber”, le dice una familiar a Inés después del funeral de su abuela paterna. La mujer se refiere a alguna de las pertenencias de la difunta, por si Inés quisiera conservar algún recuerdo. Pero las dos horas y treinta minutos que hay de metraje de Toni Erdmann (2016) previas a esta frase nos hacen pensar dos veces en esas palabras, pues Inés parece no estar aferrada a nada que se convierta en un recuerdo. Es una ejecutiva alemana de una empresa multinacional de consultoría, y su trabajo, con sede actual en Bucarest, la obliga a vivir en un ajetreo constante de llamadas, citas, presentaciones, conversaciones, cabildeos, viajes y un stress infinito, elementos todos que le permiten ser competitiva en un ámbito laboral de muy alta exigencia y competencia, y donde el hecho de ser una mujer exitosa despierta celos y sospechas de colegas y jefes.
Inés no tiene tiempo de reflexiones ni de críticas sobre su estilo de vida, así vengan de su padre, Winfried Conradi, un espíritu libre que está preocupado por ella y quisiera hacerla caer en la cuenta de la inutilidad de la maratón en la que vive. “El problema es muy a menudo acerca de hacer las cosas. Tú haces esto, tú haces aquello… Y mientras tanto la vida simplemente se va. ¿Pero como se supone que nos aferremos a los momentos?”, le dice a Inés en uno de los escasos momentos aleccionadores de un filme que está construido como un plan para que ella entre, sin que se sienta explícitamente coaccionada, en razón.
El que alguien reciba una lección vital que lo haga detenerse y cambiar es un tema muy recurrente en el cine y en eso Toni Erdmann no está haciendo un descubrimiento artístico. Es más, los métodos que utiliza Winfried para “desarmar” a su hija ya los habíamos visto en La fiera de mi niña (Bringing Up Baby, 1938), cuando el personaje que interpreta Katharine Hepburn se propone desestabilizar –con fines románticos– al paleontólogo tímido e intelectual al que da vida Cary Grant, quien debe soportar un bochorno constante frente a la conducta y los actos de la mujer.
Lo que diferencia el abordaje que hace la directora, guionista y productora de esta cinta, la alemana Maren Ade, es que acá vamos a presenciar un enorme y conmovedor acto de amor paterno filial, reflejado en cada una de las situaciones, bromas, trucos, disfraces y mentiras que Winfried utiliza para conseguir que su hija se detenga un momento y piense si realmente es feliz, si vale la pena semejante tren de vida. ¿Recuerdan la canción Greatest Love Of All que popularizó Whitney Houston? La película va a hacer que la evoquemos. En uno de sus apartes la letra del tema dice, refiriéndose a los padres frente a sus hijos, “Enséñales bien y déjales que guíen el camino/ Muéstrales la belleza que poseen dentro/ Dales un sentido de orgullo para hacerles más fáciles las cosas”. Winfried es un profesor semi retirado y está dispuesto a seguir enseñándole una que otra cosa a su hija, sin importar que sea ya adulta. Quiere mostrarle la belleza que tiene por dentro. Así tenga que hacer que se desnude -de certezas y de ropa- para conseguirlo.
Pero para llegar hasta allá el camino es largo y lleno de sobresaltos para Inés, pues Winfried, un hombre que nació en la postguerra y que se hizo adulto durante el gobierno socialdemócrata de Willy Brandt, es un libre pensador e inveterado bromista, mezcla del excéntrico abuelo Vanderhof (Lionel Barrymore) de You Can’t Take It With You (1938), con la gracia del señor Hulot, la imprudencia del Boudu de Jean Renoir y el desparpajo de Tony Clifton, el personaje que creó e inmortalizó el comediante Andy Kaufman. A Winfried lo interpreta el austriaco Peter Simonischek sin una pizca de ironía. Maren Ade no quería que el personaje fuera un payaso, buscaba un hombre que fuera capaz de burlarse de sí mismo y con la suficiente personalidad para inventarse personajes y mitos. A él le opone una hija ultra profesional cercana a los 40 años, una alemana con un alto sentido del deber, como si tuviera que compensar con su trabajo la liberalidad de su padre. La actriz alemana Sandra Hüller carga con el peso de un rol extraordinariamente exigente, pues gran parte del éxito del filme tiene que ver con la manera en que ella reacciona frente a las apariciones sorpresa, comentarios fuera de lugar, e impertinencias de su padre, que incluso se inventa un personaje ficticio, una suerte de alter ego para estar más cerca de ella.
Pero no es Winfried el único que está interpretando un rol, también Inés lo está haciendo cuando trata de impresionar y convencer al CEO de la compañía que está contratando sus servicios de consultoría. Hay un juego constante entre lo que somos y lo que pretendemos ser o aparentar, que en ella se ve ajustado a las reglas de juego del mundo corporativo donde el cliente quieren oír que tiene la razón y que tomarán las decisiones sucias por él, mientras gracias a Winfried comprendemos lo absurdo de pretender fingir ser alguien más.
El asedio constante de su padre va fracturando a Inés y mostrándole que pese a su eficiencia laboral en realidad es una mujer desnuda frente a la vida. Maren Ade nos tiene reservadas unas sorpresas para la parte final de su película que refuerzan, con humor y algo de patetismo, esta idea. Creo que nadie está preparado para una secuencia como la que se desarrolla en el apartamento de Inés en la fiesta de su cumpleaños.
Pese a lo gracioso de Toni Erdmann, esta es una película que tiene un fondo serio que es imposible pasar por alto. La ferocidad capitalista, la desigualdad social, la distancia e incomunicación entre padres e hijos (son magistrales los silencios entre Winfried e Inés) y el hastío vital que el sexo, el dinero y el lujo no llenan son temas que están presentes aquí y que Maren Ade quiere que consideremos. Esta es una comedia, no una fábula: por eso pese a algunas catarsis, tampoco hay redenciones, solo una plausible reflexión a solas. Galardonada en los Premios Europeos de cine de diciembre de 2016 con las distinciones a mejor película, directora, guion, actor y actriz, Toni Erdmann es un homenaje a la desfachatez. No solo la de Winfried, sino además la de una directora que se atrevió a contar un relato muchas veces escuchado y visto, pero que en sus manos reluce por su inédita frescura.
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