Un adiós a Philip Seymour Hoffman
Es la tarde del viernes 7 de febrero de 2014 en Nueva York. El féretro con el cadáver del actor Philip Seymour Hoffman llega a la iglesia de San Ignacio de Loyola, en Park Avenue, para ser despedido por su familia, encabezada por Mimi O´Donnell –quien fue durante catorce años su pareja- y sus tres pequeños hijos, Cooper, Tallulah y Wila. Los acompañan estrellas de cine que, como Meryl Streep, Cate Blanchett, Joaquin Phoenix, Ethan Hawke, Diane Keaton y Amy Adams, o los directores Spike Lee, Paul Thomas Anderson y Joel Coen, han querido hacerse presentes en esta triste ceremonia privada, tras una velación en la funeraria Fank E. Campbell el jueves en la noche. El miércoles las marquesinas de los teatros de Broadway estuvieron a media luz durante un minuto para recordarlo y homenajearlo.
El asombro y la tristeza no cesaban. Philip Seymour Hoffman, nacido el 23 de julio de 1967, ha muerto a los 46 años. Fue encontrado en el baño de su apartamento neoyorquino el domingo 2 de febrero. Estaba solo y junto a su cuerpo se hallaron más de 50 papeletas de heroína, un vaso de plástico con agujas vacías y varias jeringas, una de las cuales aún estaba en su antebrazo. En 2013 había admitido haber recaído en la adicción, tras haber pasado 23 años sin consumir narcóticos. “Todo eran drogas y alcohol. Consumía cualquier cosa que me daban. Me gustaba todo”, mencionaba el actor al evocar su juventud en una entrevista en el 2006 para la CBS. En mayo del 2013 ingresó a un centro de desintoxicación en Nueva York durante diez días.
Meses antes de su muerte abandonó el hogar que compartía con O´Donnell y sus hijos, y se instaló en el apartamento de la calle Bethune en el West Village donde su asistente y el dramaturgo David Bar Katz encontraron su cadáver. “No murió de sobredosis de heroína. Murió a causa de la heroína. Deberíamos dejar de sugerir que si solo se hubiera inyectado la cantidad adecuada todo había ido bien. No murió en una fiesta loca ni tampoco estaba deprimido. Murió porque era un adicto cada uno de los días de la semana”, escribió el guionista Aaron Sorkin en un obituario publicado en la revista TIME el 5 de febrero.
Sus últimos días fueron difíciles, se veía en mal estado, no faltó quien lo confundiera con un indigente, tuvo que ser escoltado por agentes de seguridad del aeropuerto de Atlanta en un vuelo a Nueva York, y en sus últimas horas cenó en un bar con dos hombres y más tarde retiró mil doscientos dólares de un cajero automático cercano a su residencia. Ese dinero no fue encontrado en su apartamento. La autopsia de Hoffman no arrojó resultados concluyentes sobre las causas de su deceso.
Un final inverosímilmente triste para uno de los mejores intérpretes que ha tenido el cine contemporáneo; un actor cuya presencia en el reparto de un filme nunca pasaba inadvertida. Él mismo era prenda de garantía, casi que un sello de calidad otorgado a cualquier proyecto en el que se involucraba: una película con Philip Seymour Hoffman debía necesariamente ser notable o por lo menos digna. Y así era. No se trataba de su aspecto físico, muy lejos del estereotipo habitual del protagonista de Hollywood, se trataba del enorme talento que poseía, de la capacidad de capturar la esencia de unos personajes anónimos, por lo general malsanos y perturbados, y elevarlos por encima de sus traumas (y de los caprichos de los guionistas) hasta convertirlos en espejo de lo que en el fondo somos todos: seres falibles, carentes de respuestas sobre lo que nos hace frágiles, deseosos de cariño y perdón. Les devolvía la humanidad, les hacía dignos de nuestra atención y nuestra compasión.
Aunque tenía un par de créditos previos, Hoffman prácticamente debutó en el cine en una película premiada, Perfume de mujer (Scent of a Woman, 1992), en un papel menor para el cual audicionó cinco veces. En 1989 había egresado del programa de artes dramáticas de la Tisch School of the Arts de la Universidad de Nueva York, donde junto a Benneth Miller fundaría la compañía teatral Bullstoi Ensemble; fue en sus años universitarios donde sufrió los rigores de la drogadicción y el alcoholismo, pero a los 22 años decidió rehabilitarse y permanecer limpio y sobrio, promesa que sostuvo por más de dos décadas, que corresponden a su brillante carrera en el cine.
En 1996 el director Paul Thomas Anderson lo vincula a su primer largometraje, Hard Eight, dando inicio a una estrecha asociación que se extendería a lo largo de otros cuatro filmes: Boogie Nights (1997), Magnolia (1999), Embriagado de amor (Punch-Drunk Love, 2002) y The Master (2012), filme este último en el que Hoffman obtuvo el papel protagónico. “Mi relación laboral con Paul no importa; es mi amistad con él la que importa. Me preocupo cuando dejamos de hablar unos meses, no cuando no hacemos una película juntos unos años. Me aseguro de que estemos cerca como amigos y eso es lo que a ambos nos preocupa”, respondía el actor en una entrevista con Adam Woodward en noviembre del año anterior. La obra de Paul Thomas Anderson es inseparable de la figura de Philip Seymour Hoffman.
En los diez años que transcurrieron entre Embriagado de amor y The Master, Hoffman ganaría el premio Oscar y el Globo de oro al mejor actor por su manierista interpretación en Capote (2005) de Bennett Miller y sería nominado a los mismos galardones –en la categoría de actor de reparto- por Juego de poder (Charlie Wilson’s War, 2009) y La duda (Doubt, 2008), donde hace un duelo actoral de muchos quilates con Meryl Streep. La de The Master sería su última candidatura. En el ámbito teatral obtuvo nominaciones a los premios Tony por sus actuaciones en True West (2000), Viaje de un largo día hacia la noche (2003) y Muerte de un viajante (2012), dirigida esta última por Mike Nichols. Él sabía que lo suyo no era solo aparecer, era permanecer.
Sin premios pero exhibiendo su notable presencia escénica hizo de las suyas en la nostálgica Casi famosos (Almost Famous, 2000), la punzante Antes que el diablo sepa que has muerto (Before the Devil Knows You’re Dead, 2007) y la laberíntica Synecdoche, New York (2008). Apareció además en filmes de los hermanos Coen, Todd Solondz, Anthony Minghella y George Clooney. Su debut y su única película como director fue Jack Goes Boating (2010), según el drama teatral de Robert Glaudini. Su siguiente proyecto, Ezekiel Moss, buscaba aún financiación. Nos quedan pendientes por ver sus actuaciones en God’s Pocket (2014), que se estrenó en el Festival de Sundance, y en A Most Wanted Man (2014).
En The Master, el personaje de Freddie Quell (Joaquin Phoenix) le pregunta a Lancaster Dodd (Hoffman) a que se dedica. Y este da una respuesta que bien podría resumir la carrera de este actor prematuramente fallecido que fue muchos personajes, pero que a la vez no dejó de ser siempre una sola cosa: “Soy escritor, doctor, físico nuclear, filósofo, teórico pero, por encima de todo, soy un hombre”. Ni en la vida ni en la muerte dejó que olvidáramos eso.
Publicado en el suplemento “Generación” del periódico El Colombiano (Medellín, 16/02/14). Págs. 12-13
©El Colombiano, 2014
©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.