Un crimen guiado: La ponzoñosa, de Sacha Guitry

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“El secreto de Renoir es la simpatía, el de Guitry la malicia”.
-François Truffaut, 1957

Leamos apartes de una entrevista radial que le hacen al abogado penalista Louis Aubanel al conmemorarse su centésima absolución en veinte años de trabajo defendiendo criminales: “Desde que era joven pensé que había una diferencia esencial entre un asesino y un homicida. No estoy realmente interesado en asesinos. Soy un apasionado de los homicidas. Entre los criminales hay muchos más homicidas que asesinos; y entre los homicidas, más justicieros de los que pensamos. El hombre que mata a su yerno, la mujer que mata a su marido, el marido que mata a su esposa, ¿son asesinos? ¡No! La desaparición de aquellos que han matado los vuelve entonces inofensivos. Y añadiría una última cosa: la mayoría de los asesinatos son duelos y a lo que la justicia llama asesino, yo lo llamo el vencedor”. Así pues, Aubanel es el adalid de las causas perdidas que él convierte en triunfos propios y en derrotas para la justicia.

La ponzoñosa (La Poison, 1951)

Uno de los oyentes de la entrevista radial es un horticultor llamado Paul Braconnier (Michel Simon) del pueblo francés de Rémonville, un lugar del que solo sabemos que está lejos de la carretera principal de Evreux, lo cual explica su aislamiento y su parálisis económica. Braconnier, como todos los habitantes del lugar, se aburre terriblemente viviendo allí, pero su situación es aún peor pues tiene una esposa a la que no soporta, tras treinta años de un infeliz matrimonio. Sería más justo afirmar que ninguno de los dos aguanta al otro, pero la historia de La ponzoñosa (La Poison, 1951) –escrita y dirigida por Sacha Guitry- está contada solo desde el punto de vista de él. Su esposa está físicamente descuidada, no se asea con la regularidad necesaria y bebe tres litros de vino al día, hasta caer borracha al suelo. Paul tampoco es, a sus 53 años, un adonis ni un ejemplo de virtudes conyugales, pero como lo dije previamente esta es su historia y su perspectiva. Es obvio, además, que Braconnier es el alter ego de Sacha Guitry.

La ponzoñosa (La Poison, 1951)

Si la pareja en cuestión está llena de máculas, los demás habitantes de Rémonville no están exentos de la mirada crítica y lacerante de Guitry: la costurera del pueblo tiene por afición ir donde el farmacéutico local a cotejar los remedios formulados con los nombres de los pacientes, para así enterarse de qué enfermedades -nobles o vergonzantes- padecen sus coterráneos; un grupo de comerciantes visita al párroco para que les ayude a “fabricar”, con la ayuda de una niña retrasada mental, un milagro que ponga al pueblo en el mapa turístico; todos además están pendientes de los andares de los otros, de lo que escuchan tras las ventanas entreabiertas, dispuestos a malinterpretar cualquier conversación sacada fuera de contexto. No hay solidaridad entre ellos, solo las ganas hipócritas y malévolas de sacar beneficio del rumor, la duda, la discusión marital, el chisme captado al vuelo. ¿Y esa actitud punitiva de Guitry frente a sus personajes? Lo que sentía era una profunda decepción por sus compatriotas: “El Guitry de después de la guerra no volverá a ser nunca más el mismo” (1), escribe Truffaut. Y tiene razón.

Sacha Guitry fue arrestado el día de la liberación de Francia, el 23 de agosto de 1944, tachado de colaboracionista durante la ocupación alemana, pero sin ninguna acusación concreta. Estuvo preso sesenta días esperando un juicio que nunca llegó. Leamos de nuevo a Truffaut: “¿Qué pensar de un encarcelamiento –el de Sacha- tan arbitrario y sumiso a los caprichos de la historia que la justicia, desarmada ante un dossier vacío, llega a reclamar por medio de la prensa: «El distinguido juez de instrucción Angeras espera que se le envíen denuncias referentes al señor Sacha Guitry»? A pesar de esta invitación a la delación, el dossier Guitry continúa vacío, ¡y con razón! Sin embargo, sí es cierto que ninguna voz se alza contra Sacha, Tampoco nadie se manifiesta a su favor, y monsieur Jadoux [biógrafo de Guitry] da una buena explicación a este espíritu de dimisión: «La gente había olvidado lo que era vivir democráticamente»” (2).

La ponzoñosa (La Poison, 1951)

Encarcelado esos dos meses en el campo de detención de Drancy, plasmó esas experiencias en el libro 60 días de prisión, publicado en 1949. ¿Pero por qué fue puesto preso? Durante la ocupación siguió rodando -Le destin fabuleux de Désirée Clary (1942), Donne-moi tes yeux (1943) y La Malibran (1944)- y haciendo teatro para que sus compatriotas no perdieran la fe. Con las influencias que tenía ayudó a salvar las vidas de algunas personalidades judías perseguidas por los nazis, pese a que se negó a trabajar para Continental Films e impidió que sus dramas se presentaran en Alemania. Sin embargo su estilo de vida derrochador y su cercanía ideológica con el Mariscal Petain –suyo fue el documental De Jeanne d’Arc à Philippe Pétain (1944)– causaron escozor y sembraron la sospecha sobre sus actividades y su real devoción a Francia. Pero ante la falta de evidencia alguna en su contra el juez archivó su expediente y Guitry fue sobreseído en 1947. Pero ya el mal estaba hecho y La ponzoñosa es uno de los símbolos de esa amargura y de esas ganas de revancha.

La ponzoñosa (La Poison, 1951)

La película –gracias a su tono satírico- logra aliviar en parte la misoginia sobre la cual está fundada (un hombre desea matar a su esposa y salir impune) y que en otras condiciones y bajo otra firma sería casi insoportable. Pero Sacha Guitry era un maestro, y su oficio a esas alturas de su vida nos evitó un mal rato y por el contrario nos hizo disfrutar de una lección de actuación cinematográfica en las manos de Michel Simon, que con su gestualidad, manierismos y discursos nos pone de su lado. El propio Guitry aparece al inicio del filme, saludando a cada uno de los intérpretes, pero con ninguno tiene la deferencia que demuestra con Simon, a quien tilda de “excepcional, incluso único. Entre el momento en que deja de ser usted mismo y empieza a actuar es imposible ver la diferencia. Y lo mismo cuando deja de actuar y empieza a ser usted de nuevo. Es tan bueno que en teoría no hay que interrumpir las tomas”. Varios de los actores y actrices provenían del teatro, eran parte de su compañía y él sabía muy bien que esperar de ellos: una entrega absoluta.

La ponzoñosa (La Poison, 1951)

Esta comedia negra es, sobre todo, una crítica al sistema judicial francés –ese mismo en el que Sacha Guitry no creía– y a su proclividad a ser manipulado por unos abogados que son capaces de torcerlo a su favor, de desviarlo por completo de su objetivo, logrando poner en la calle a criminales y metiendo tras las rejas a inocentes. Guitry quería un ajuste de cuentas con la justicia y el cine iba a dárselo. El penalista Louis Aubanel (interpretado por Jean Debucourt, actor de la Comedia Francesa) representa al abogado afamado y adinerado para quien la justicia es un “show” personal del cual se lucre, pasando por encima de cualquier escrúpulo. Al cumplir cien absoluciones defendiendo homicidas, Aubanel es entrevistado en la radio como cualquier celebridad y Paul Braconnier va a escucharlo con atención. Como le advierte el procurador de la república al visitar a Aubanel luego de la difusión de la entrevista, hay “numerosos asesinos potenciales que siguen los debates, que leen los periódicos y que le tienen en buena estima a usted” y que podrían tergiversar sus elocuentes palabras y sentirse impulsados a cometer un crimen.

La ponzoñosa (La Poison, 1951)

Pues así como Aubanel ha utilizado a la justicia a su favor, pues ahora Braconnier va a utilizarlo a él: el suyo va a ser un crimen guiado inconscientemente por los consejos del abogado. Este es el giro más inteligente de la trama de La ponzoñosa y sus detalles no voy a revelarlos acá, pero el hecho es que Aubanel termina siendo convertido en esclavo de sus propias palabras y en involuntario cómplice de un crimen, cuyo juicio es la secuencia más brillante de todo el filme.

“La justicia no es el teatro”, le dice el Procurador –inesperada consciencia del filme– a Aubanel en la visita que le hace. Pero Aubanel así la ve y en ella ha desempeñado siempre un papel. Pero ahora al defender a Paul Braconnier y al estar ambos en el estrado no va a tener el rol protagónico habitual, sino uno secundario, casi que va ser testigo del espectáculo que Braconnier va a ofrecer, como si el campesino fuera discípulo avanzado suyo. La farsa que este horticultor monta ante el juez, el fiscal y los jurados se nutre de la sabiduría popular y de una incontrovertible lógica que confunde a todos.

La ponzoñosa (La Poison, 1951)

Pero en su defensa no va a estar solo: hay que escuchar a la costurera de Rémonville declarar ante el juez para ver lo que es la malicia popular y el desvelamiento de la hipocresía doméstica, “¿Quién de nosotras no ha deseado la muerte de su marido?”, declara ante el estrado. Incluso ella misma hace pasar al banquillo de los testigos al cura para que –sin revelar nombres- confirme que son muchos los que quisieran ver a su pareja muerta. No hay cinismo en sus palabras, hay una sinceridad brutal que los oídos de los magistrados no están acostumbrados a escuchar. Braconnier –y Guitry- dan en el clavo al señalar así las diferencias entre el pensamiento de los hombres de la ciudad y los del campo. “En su mundo cuando ya no se soporta a la esposa empiezan por engañarla y acaban pidiendo el divorcio. En el campo, es diferente. Los campesinos no se divorcian. Esperan a que el otro muera para rehacer sus vidas. A veces durante mucho tiempo”, les dice Braconnier desde la tribuna de los acusados.

La ponzoñosa (La Poison, 1951)

Este juicio –en realidad un sainete jurídico lleno de leguleyadas, misoginia y humor negro– tiene un curioso espejo en el propio pueblo, pues los niños del lugar fueron dejados al cuidado de la florista mientras todos los adultos se fueron al juicio. Enterados del motivo de la ausencia de sus padres, y al tanto de los hechos, montan ellos mismos desde su óptica infantil –y por ende cruel- su propio juicio a Braconnier. El montaje en paralelo une ambos juicios de manera brillante. El futuro de Rémonville ya está asegurado: los niños perpetuarán lo que han visto que sus padres hacen.

Rodada en apenas once días, y estrenada el 30 de noviembre de 1951, La ponzoñosa tuvo éxito en la taquilla francesa, con casi dos millones de espectadores. La película hizo justicia. Con él.

Referencias:
1. François Truffaut, El placer de la mirada, Barcelona, Ediciones Paidós, 1999, p. 88
2. Ibid., p. 88

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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