Un espíritu inaferrable: Atrapado sin salida, de Miloš Forman
”Un día me llegó un paquete de California y dentro había un libro. No conocía ni al autor ni el título. Pero cuando empecé a leerlo, inmediatamente me quedó claro que era el mejor argumento cinematográfico que había encontrado en los Estados Unidos hasta entonces”
– Miloš Forman
Detrás de todo el histrionismo de Jack Nicholson en Atrapado sin salida (One Flew Over the Cuckoo’s Nest, 1975), que parece opacarlo todo, no se puede olvidar que este es un relato de opresión y emancipación, clara metáfora de la capacidad de subyugación que tienen las instituciones (gubernamentales, políticas, sociales) sobre los seres y sus libertades individuales. Lo que sucede acá es que la actuación de Nicholson –por la que obtendría un premio Oscar- es tan abrumadoramente intensa y tan subversiva, que tiene la capacidad de obnubilar cualquier reflexión que uno quiera hacer sobre el filme. Ese es el Nicholson over the top que va a volverse incluso una caricatura, una parodia de él mismo años después. Pero en Atrapado sin salida alcanzaba unas cimas actorales inéditas para su carrera, que no se caracterizaba exactamente por sus papeles convencionales.
Miloš Forman siempre identificó en este filme –sobre los internos de un pabellón de un hospital siquiátrico norteamericano- el tipo de manipulación de la libertad que el comunismo hace con los ciudadanos, y por eso se nota tan diestro en la puesta en escena. Sin embargo, la fuente es una novela homónima publicada en 1962 por el notorio escritor estadounidense Ken Kesey, en la que deposita sus experiencias como enfermero en el turno nocturno de un hospital de este tipo.
Kesey hizo parte de la contracultura de los años sesenta y sus escándalos, fiestas sicodélicas, viajes ácidos y arrestos, contribuyeron a la fama del libro. Al año siguiente de su publicación, Kirk Douglas la convirtió en una obra de Broadway –con él en el papel protagónico- con poco éxito, en cartelera durante solo once semanas. Ya que poseía los derechos para una posible adaptación cinematográfica, se los cedió a su hijo, el actor Michael Douglas, quien en alianza con Saul Zaentz -en ese entonces un ejecutivo de la industria musical que deseaba incursionar como productor de cine- buscó un estudio interesado en producir el proyecto, pero nadie parecía dispuesto a arriesgar un dólar por este material promocionado por dos productores novatos.
Pese a que Ken Kesey no quería a Jack Nicholson en el papel principal, fue su presencia la que hizo que Douglas-Zaentz consiguieran los tres millones de dólares necesarios para dar inicio al rodaje. Miloš Forman estaba pasando una mala racha tras debutar sin éxito en Estados Unidos con Juventud sin esperanza (Taking Off, 1971) y su fama era básicamente la que traía como miembro de “la nueva ola” del cine checo”: un cine subversivo, crítico, con humor seco y lleno de metáforas políticas. “Estaba esperando una oferta que cambiara mi vida y mientras tanto cogía todo lo que me daba de comer gratis”, recordaba el realizador. Su vinculación a la película como director fue un salto de fe de los productores, y no se equivocaron: él le dio el tono a la vez sarcástico y apesadumbrado que Atrapado sin salida requería.
Además Forman traía en su bagaje algo más: su gusto por el absurdo, por introducir en sus filmes elementos salidos de tono (e incluso surrealistas) que sirvieran para desnudar el ridículo de ciertas conductas aparentemente normales. Y Atrapado sin salida -llena de personajes alucinados- era el medio perfecto para expresar esa tendencia artística suya tan políticamente incorrecta. El pabellón siquiátrico al que llevan a Randle P. McMurphy (Nicholson) para determinar si realmente sufre una enfermedad mental o si por el contrario debe volver a una cárcel normal, está lleno de seres sicóticos, esquizoides, paranoicos y con conductas que van de la exaltación hasta el estatismo.
Otro director podría haber hecho una caricatura gruesa, pero Forman ve en ellos un filón social y político: he ahí a los diferentes, a los excluidos, a los que no aceptan la norma, a los que ven el mundo de otra forma y por ello son confinados a celdas, aplacados con terapias de electroshock, sedados con medicamentos, castigados, atados a sus camas. Pagan con su libertad y con su razón el hecho de ver el mundo de otra forma. Forman tenía que sentirse del lado de ellos y eso se nota. No son un colectivo informe: uno a uno los vamos reconociendo, acostumbrándonos a ellos, compadeciéndonos de su situación. Entendemos sus motivos, aprendemos a respetarlos. No solo nosotros, también el vividor de McMurphy, que inicialmente se sentía entre seres inferiores, se pone en sus zapatos y padece los rigores de ser considerado el líder de los freaks.
Convertir en mártir a McMurphy era un riesgo que corría Atrapado sin salida, pero Forman y el sensible guion de Lawrence Hauben y Bo Goldman –galardonados con el premio Oscar- optaron por un acto de liberación. Es que hay espíritus de veras inaferrables, así el cuerpo esté prisionero.
Publicado en el cuadernillo digital de la Revista Kinetoscopio, “Miloš Forman: la revancha del expatriado” (julio de 2018), págs. 20-21
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2018
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