Un simple asunto de familia: Los tres monos, de Nuri Bilge Ceylan

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Hace casi dos años, en esta misma columna y a propósito del estreno en el país de Los climas (Iklimler, 2006), escribía yo que “con Nuri Bilge Ceylan estamos ante un artista que pone frente a nosotros una propuesta estética que está a años luz de lo que convencionalmente vemos en nuestras pantallas. Es valiente en sus decisiones formales, es arriesgado en su deslumbrante concepción fotográfica y no teme proponer imágenes que le exijan al espectador”. Tras ver Los tres monos (Üç maymun, 2008) debo -por fortuna- ratificarme en lo ya expresado.

El director turco Ceylan es un esteta consumado, un hombre que les da una importancia clave a la planificación de cada escena y a la conformación de atmósferas opresivas, que tienen su reflejo en las grandes y largas panorámicas que nos ofrece su cine, incapaz de aproximarse a unos personajes en crisis que lo último que quisieran es ser vistos de cerca. Y cuando hay un primer plano, Ceylan llena el cuadro con él, con una concepción formal tan arriesgada como bella.

A esto se suma un cuidadoso y moderno montaje sonoro y el uso de una cámara casi inmóvil, con escasos desplazamientos sobre su eje horizontal, y dotada de una conciencia espacial enorme que le impide meterse al ámbito de lo privado y que se queda atorada en corredores, quicios, pasillos, salas y calles, esperando a los personajes antes que perseguirlos.

Por todo esto, cada plano de Los tres monos está lleno de justificación y es una pequeña obra de arte. Nada sobra, todo en la composición visual es necesario para contar esta historia de engaños y secretos afectivos, en la que tres integrantes de una familia aplicarán sin notarlo el proverbio oriental de los tres monos sabios, uno de los cuales no ve, otro no oye y el tercero no habla. Un incómodo silencio cómplice parece reunir a nuestros protagonistas -Eyüp, Hacer e Ismail- y mantenerlos a la vez alerta a la irrupción de un estallido emocional que evidencie la tormenta que cada uno padece y sufre por dentro. Callarán y se harán los desentendidos para poder seguir viviendo, para no pulverizarse en un mar de recriminaciones y culpas, pues todo los está llevando a vivir las consecuencias de una tragedia griega, tras sucumbir a una amoralidad que los dejó sin piso ético como familia, llenos de pena y confusión.

Una vez alguien les transfirió una culpa ajena, ahora ellos serán quienes la transfieran a alguien más, como sacudiéndose una maldición. Ya no tienen redención, se han hecho mucho daño y saben que tienen el alma enferma, pero van a intentar sobrevivir así. Que nadie los juzgue, por favor.

Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá, 13/05/10) Pág. 1-18
Casa Editorial, El Tiempo, 2010

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