Una mascarada familiar: Perdida, de David Fincher
David Fincher ha construido una filmografía llena de éxitos y alrededor de su nombre se ha levantado una unánime muralla de elogios. Sin duda es un muy hábil narrador, capaz de manipularnos para lograr atrapar nuestra atención y asombrarnos con su dominio de los trucos más efectistas de este arte. Y a fe que lo consigue: sus filmes siempre son atractivos y bien resueltos, así sintamos que hemos caído en la trampa que él nos tenía preparada.
En su habilidades de titiritero, Fincher se parece a Amy Dunne, la protagonista de Perdida (Gone Girl, 2014), uno de los ejemplos más logrados de todo lo que su cine implica. Llevando a la pantalla el best seller homónimo de Gillian Flynn, Fincher se ha asegurado el interés de los millones de lectores de esta novela, un capitulo más de la inveterada “guerra de los sexos”.
Utilizando dos voces, la de Amy y la de su esposo Nick (Ben Affleck), seremos testigos del relato de las aventuras y desventuras de su matrimonio. Con Nick sabremos de los hechos actuales, con Amy (atención a Rosamund Pike) tendremos noticia de los eventos pretéritos que llevaron a este presente turbio que da origen al drama de Perdida y que lanza a Fincher por la senda del thriller según Hitchcock.
Alfred Hitchcock trazó las directrices del suspenso en sus cintas y Fincher se antoja fiel discípulo de su credo. Perdida tiene elementos de Dial M for Murder (1954) como la incriminación bien planeada; en la revelación de un elemento clave a la mitad del filme se acerca a Vértigo (1958); de La ventana indiscreta (1954) tomó la desconfianza en la institución conyugal; de La sombra de una duda (1943) extrajo los lobos con piel de oveja y de Psicosis (1960), el estado mental y una secuencia-homenaje en una ducha.
Con esto construye una película tensa, donde los protagonistas han hecho de su vida una mascarada aparentemente feliz y ahora quieren la revancha. Aguda crítica a los medios de comunicación y de cómo crucifican a alguien por no responder a una conducta predeterminada, el filme además es punitivo frente a cualquier clase de hipocresía familiar, como el engaño, la incomunicación, el maltrato o los ritos vacíos. Devenido en Némesis implacable, David Fincher nos asusta: tarde o temprano todas las máscaras se caen.
Publicado en la columna “Séptimo arte” del periódico El Tiempo (Bogotá, 12/10/14). Pág. 3, sección “Debes hacer”.
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