Una mente que brilla
Durante la entrega de los Globos de oro, Jodie Foster recibió el premio a toda su trayectoria. Un justo galardón para una artista con mucho que decir.
Este 13 de enero en Los Ángeles, Jodie Foster recibió de manos de Robert Downey Jr. el premio Cecil B. DeMille, otorgado en homenaje a su larga carrera en el cine. El discurso de la actriz, directora y productora -en el que habló de su orientación sexual y agradeció el apoyo de su antigua pareja, la productora Cydney Bernard- causó revuelo en los medios de comunicación e hizo que prácticamente se olvidaran los motivos por los que se hizo acreedora a ese galardón. Invocando sus palabras de esa noche, en las que dijo valorar la privacidad por encima de todo, no voy a continuar haciendo eco a esa declaraciones personales, sino que prefiero centrarme en los valores de su carrera artística, que es en últimas los que debemos apreciar y juzgar.
El pasado 19 de de noviembre Alicia “Jodie” Foster cumplió 50 años de vida, de los cuales lleva 47 frente a las pantallas, pues apareció en un comercial de un bronceador cuando apenas tenía 3 años de edad. Precoz e inteligente, empezó a figurar en series de televisión emitidas entre 1969 y 1975. Sin embargo debutaría en el cine en 1972 en una película de Walt Disney, Napoleón y Samantha. Cuando llega a manos de Martin Scorsese para hacer parte de Alicia ya no vive aquí (Alice Doesn’t Live Here Anymore, 1974), ya llevaba cuatro roles en el cine. En su papel de Audrey, la jovencita que está en clases de música con Tommy, el hijo de Alicia, y que lo induce a emborracharse y a robar, Jodie Foster sorprende por su absoluto desparpajo y su cinismo digno de un adulto. Esa Audrey, abandonada por su padre y descuidada por su madre, parece haber huido de casa y aterrizado un par de años después en Nueva York en el mundo de Taxi Driver (1976), ese descenso a los infiernos que Scorsese nos propone en la cruzada mesiánica de Travis, un solitario taxista, por salvar a esta joven que encarna Jodie foster, ahora llamada Iris, una prostituta de solo doce años y medio.
Estos papeles en ambas películas de Scorsese motivaron una reflexión sobre la joven actriz y sobre la infancia, que fue escrita por Luis Alberto Álvarez en el periódico El Colombiano el 13 de mayo de 1977, un par de meses después de la ceremonia de los premios Oscar en los que Jodie fue nominada como actriz de reparto por Taxi Driver. “En sus películas Jodie Foster se droga, bebe, se entrega al sexo, mata y en todo ello el espectador siente una profunda solidaridad hacia ella, licencia sus actuaciones como necesarios instrumentos de defensa para sobrevivir. Jodie no es más una figura negativa, no lo es por su niñez, no lo es porque encarna un nuevo planteamiento de la moral en un mundo donde la infancia ha desaparecido, donde hay que comenzar a ser adultos desde el primer momento para no extinguirse”, escribía Luis Alberto. Su valor y su entereza para asumir estos complejos papeles en un momento tan temprano de su vida no pasaban inadvertidas, como podemos leer.
En Taxi Driver, Travis (interpretado por Robert De Niro) le escribe a Iris una carta: “Querida Iris: Este dinero debe ser suficiente para tu viaje. Cuando leas esto, estaré muerto”. Mete la carta a un sobre, añade quinientos dólares, y luego se va rumbo a cumplir sus sangrientos propósitos redentores. Pero Travis no era el único corresponsal que Jodie Foster tenía. Mientras estudiaba en la Universidad de Yale cursos de francés y literatura, un hombre empezó insistentemente a llamarla, a escribirle cartas y a enviarle poemas declarándole su amor. Se llamaba John Hinckley Jr. y en una de sus misivas de marzo de 1981 le dice: “Querida Jodie: Hay definitivamente la posibilidad de que me maten en mi intento de liquidar a Reagan. Por esa razón es que te escribo esta carta ahora. (…) Por lo menos sabes que siempre te amaré. Jodie, abandonaría la idea de liquidar a Reagan en un segundo si pudiera ganar tu corazón y vivir el resto de mi vida contigo, así sea en total oscuridad o como sea. Admitiré que la razón por la que sigo adelante con este intento es porque ya no puedo esperar más para impresionarte. Tengo que hacer algo ya para que comprendas con certeza que estoy haciendo todo esto por ti (…)”. El 30 de marzo de 1981, John Hinckley Jr. intentó matar a presidente Ronald Reagan en Washington disparándole con un revólver. La actriz testificó en el juicio, en el que Hinckley resultó declarado inimputable por motivos psiquiátricos y fue recluido en un hospital para este tipo de pacientes.
Rumbo al estrellato
Los años ochenta son de gran actividad para Jodie Foster, que participa en cintas tan notables como El hotel New Hampshire (1984) de Tony Richardson, La sangre de otros (Le sang des autres, 1984) de Chabrol, y en el filme que le daría su primer Oscar –y un Globo de oro- como mejor actriz, Acusada (The Accused, 1988) de Jonathan Kaplan. Esta película irregular parece construida exclusivamente para el lucimiento de la actriz, que interpreta a una joven que es violada en un bar por tres hombres, que se defienden afirmando que fueron provocados y alentados por ella misma.
Rápidamente llega a su vida El silencio de los inocentes (The Silence of the Lambs, 1991), de Jonathan Demme, y su consagración con un nuevo premio Oscar. Su rol como Clarice Starling -la joven agente del FBI que se enfrenta a un reo psicótico, Hannibal Lecter, para obtener pistas para detener a un criminal- es inolvidable. Lecter la enfrenta a sus temores y traumas y logra sacar de ahí la fuerza que ella requiere para ejecutar su misión. Jodie Foster recibe el Oscar con planes muy concretos: convertirse en directora de cine. Su debut es Mentes que brillan (Little Man Tate, 1991), la historia de la relación de un niño genio con su madre. Era la primera de sus reflexiones sobre la familia, que es el tema al que ha consagrado su breve filmografía como realizadora.
Son pocos los proyectos en los que se involucra como actriz en los años noventa, destacándose su participación en largometrajes de Woody Allen (Sombras y niebla), Jon Amiel (Sommersby), Michael Apted (Nell) y Robert Zemeckis (Contacto). En esta época lanza su segunda realización como directora, Feriados en familia (Home for the Holidays, 1995), protagonizado por Holly Hunter, Robert Downey Jr. y Anne Bancroft.
En los últimos doce años, Jodie Foster se ha vuelto extremadamente selectiva de los papeles en los que se involucra, limitando su participación como actriz a solo nueve roles. Habría que destacar su papel protagónico en los thrillers La habitación del pánico (Panic Room, 2002) de David Fincher y Flightplan (2005) de Robert Schwentke; y en los dramas The Brave One (2007) de Neil Jordan y ¿Sabes quién viene? (Carnage, 2011), de Roman Polanski. Este último filme se estrenó en Bogotá apenas a finales del año anterior y verlo sirve como resumen de lo que es la carrera de Jodie Foster: profesional, comprometida, sin temor a los retos. En su papel como Penelope, la madre de un niño que fue golpeado por un compañero de estudios, pasa de la cortesía y el decoro, a la desesperación y la explosión verbal y física. Polanski es un especialista en extraer, para su beneficio y el de sus cintas, los sentimientos más extremos de los actores y acá lo ha logrado de nuevo: Jodie Foster está espléndida en este tenso relato de origen teatral.
A mediados de 2011 presentó su tercer largometraje como directora, Mi otro yo (The Beaver), protagonizado por su gran amigo Mel Gibson y por ella misma. Tal como mencioné previamente, la familia es el centro de sus preocupaciones como autora. Jodie Foster siempre ha descrito núcleos familiares disfuncionales, desde miradas muy diferentes. Al amor incondicional pero lleno de temores como madre, descrito en Mentes que brillan, se contrapone la ironía insufrible de Feriados en familia, llena de alusiones a lo ridículo de ciertos ritos y encuentros obligados. En Mi otro yo una familia se rompe por el estado mental del padre, que intenta superar sus traumas con la asistencia de un títere que es la prolongación de su mente enferma y que terminará por hundirlo, para paradójicamente redimirlo ante los ojos de sus seres amados. Suena al principio como manual de autoayuda, pero Jodie Foster la saca a flore al involucrar la historia del hijo mayor de la pareja y sus propios conflictos.
Su carrera como directora no ha sido todo lo exitosa que debería ser. Los guiones que ha escogido responden más a necesidades intelectuales suyas que no necesariamente están en sintonía con el público. Es un cine muy personal, autobiográfico por momentos, siempre retador: son el fruto de una mente brillante, quizá demasiado para el bien de una taquilla que le permita seguir haciendo sus propios proyectos.
Así es Jodie Foster. Dueña de sus decisiones, valiente, reservada. Cuánto vaya a darnos y a compartirnos en el futuro no lo sé. Pero es evidente que aún tiene mucho que decirnos.
Publicado en el suplemento “Generación”, del periódico El Colombiano (Medellín, 27/01/13). Págs. 14-15
©El Colombiano, 2013