Una serie de eventos desafortunados: 4 meses, 3 semanas y 2 días, de Cristian Mungiu
La película concluye y la sensación de desolación es inmensa. Queda en el público un dolor y una vergüenza que se mezclan con la satisfacción de haber podido ver una narración fílmica de tal intensidad y vigor. Estados contradictorios que sólo se explican por la honesta desnudez clínica de 4 meses, 3 semanas y 2 días (4 luni, 3 saptamani si 2 zile, 2007).
En eso se acerca a dos películas que también, como ella, ganaron la Palma de Oro en el Festival de Cannes: Rosetta (1999) y El niño (2005), las dos dirigidas por los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne. Tienen en común ser obras ancladas en un realismo social que explora sin miserias, pero con ojo denunciante, la realidad amarga que afrontan seres anónimos, al punto de ser prácticamente invisibles para la sociedad. Sacarlos a la luz, mostrárnoslos, es una de las mayores virtudes de este cine. Pero el filme del que hablamos hoy -parte de un nuevo cine rumano que ya empieza tímidamente a verse aquí- tiene su antecedente más claro en otra película reciente de ese mismo país: La muerte del señor Lazarescu (2005). Ambas comparten virtudes como transparencia narrativa, urgencia dramática y la capacidad de conmover (incomodar sería una palabra más exacta) profundamente al espectador, abochornado al descubrirse impotente -y casi culpable- frente a los actos que en la pantalla se describen.
No parece casual que los dos filmes traten temas relacionados con la salud: es un factor común que las vincula a realidades similarmente vulnerables que atraviesan fronteras y culturas y se comparten y se entienden en países tan lejanos como el nuestro. El señor Lazarescu nos muestra el famoso “paseo de la muerte” que lleva a un paciente grave de hospital en hospital buscando atención, mientras 4 meses se refiere al aborto, ubicando su accionar en 1987, durante la etapa final de la dictadura de Ceausescu.
Películas sobre este complejo tema hay muchas, pero que logren abofetearnos de tal forma hay pocas. Sobre todo porque el director Cristian Mungiu ha decidido contagiar su narración de toda la adrenalina, sordidez y sobresalto que un procedimiento como este genera en Otilia, una amiga de Gabita, la joven que va a tener el aborto. Es ella entonces la encargada de conducirnos a los infiernos, a esa seguidilla de eventos desafortunados que de repente se salen de control, la implican directamente y la golpean sin pausa, asqueándola, degradándola, haciéndole perder la fe en sus congéneres.
La cámara la sigue -silenciosa y ruborizada- entre largos planos secuencia que no quieren perderse un instante, así nosotros ni ella soportemos más dolor. No hay siquiera una banda sonora que le reste impacto a este viaje. La actuación extraordinaria de Anamaria Marinca hace que sintamos de primera mano la perturbación física y emocional que implicó para ella ser cómplice y víctima -qué duda cabe- de un acto que pasó de ser, en esta película inolvidable, una decisión personal para convertirse en una tragedia colectiva que aún no cesa de resonar en nosotros.
Publicado en la Revista Arcadia no. 31 (Bogotá, abril/08) pág. 44
©Publicaciones Semana S.A., 2008
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