Una velada irrepetible con Napoleón

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El historiador de cine Kevin Brownlow, autor del influyente libro The Parade’s Gone By, ha dedicado buena parte de su vida a restaurar un clásico del cine francés, Napoleón. En 2012 se exhibió brevemente en Estados Unidos la versión restaurada de esta obra maestra.

“Una gran película es como un puente de sueños tendido desde una época hasta otra”
-Abel Gance

En el número de marzo de 2012 de la revista Vanity Fair, el director Martin Scorsese hace una sorpresiva y muy especial invitación a ver una película como pocas, Napoleón (1927), de Abel Gance: “Este mes, el Festival de cine mudo de San Francisco presentará la restauración completa de Brownlow por primera vez en los Estados Unidos, en el Teatro Paramount en Oakland, un palacio Art Deco, con una banda sonora de su colaborador desde hace muchos años, Carl Davis. No espere que llegue a un teatro cerca a usted, poner la magnum opus de Gance en una pantalla es una tarea hercúlea. Este es un gran evento”, afirma el realizador norteamericano.

A finales de marzo de 2012 en el hermoso teatro Paramount  se presentaron las cuatro únicas exhibiciones de Napoleón. Las 3000 sillas del teatro estuvieron copadas de un público ávido de descubrir y admirar una obra maestra, desatando un furor solo comparable al de enero de 1981, cuando gracias a Francis Ford Coppola se presentó la restauración inicial realizada por Brownlow, en el Radio City Music Hall en Nueva York con una banda sonora compuesta por Carmine Coppola, su padre. En ese entonces el crítico de cine Vincent Canby escribía en el New York Times el siguiente elogio: “A medida que uno observa Napoleón repentinamente se da cuenta que una vez hubo un filme que justificaba todos los adjetivos que subsecuentemente han sido envilecidos por los críticos y por los creativos publicitarios. Napoleón barre, quita el aliento, mueve, deslumbra”.

 Napoleón (1927), de Abel Gance

Napoleón (1927), de Abel Gance

Esa versión que presentó Coppola a través de su compañía, American Zoetrope, tenía una extensión de 4 horas (el montaje lo adaptó Coppola a las necesidades comerciales suprimiéndole 50 minutos), pero la que Brownlow presentó en Oakland alcanza las 5 horas 30 minutos. Carl Davis –director de la Filarmónica de Londres- condujo a los 48 músicos de la orquesta Oakland East Bay Symphony en la única función diaria, que se inició a la 1:30 pm, dividida en cuatro partes con tres intermedios, incluyendo una pausa para cenar. La película terminaba hacia las 8:30 pm.

El director Abel Gance nació en París en 1889 y empezó a hacer cine en 1911. El monumental proyecto de Napoleón implicaba hacer seis películas, cada una constituida por tres episodios, que iban desde su infancia como cadete en la escuela militar de Briennes-le-Château hasta su muerte en Santa Helena. Pero la envergadura de la tarea superó cualquier cálculo y Gance solo pudo hacer una sola con dos episodios (hasta la campaña de Italia) y una extensión de cuatro horas, que fue presentada el 7 de abril de 1927 en el Palais Garnier, sede de la Ópera de París. Un mes después le mostró a la prensa y a los distribuidores una versión –que él llamó definitiva- de más del doble de la extensión. En octubre de ese año un montaje de menos de tres horas fue distribuido en Alemania por la UFA y luego presentada en Europa central. Por estrategias de mercadeo y de comodidad para el público, la película empezó a ser exhibida en segmentos y con cada corte iba siendo no solo mutilada, sino adulterado su sentido. En Estados Unidos la Metro-Goldwyn-Mayer presentó dos años después una copia de solo 111 minutos de duración y en 1935 Abel Gance hizo una versión sonora del filme, titulada Napoleon Bonaparte vu et entendu par Abel Gance. En total llegaron a conocerse hasta 19 montajes distintos de la película original, que lentamente iba desapareciendo ante los ojos de todos.

 Napoleón (1927), de Abel Gance

Napoleón (1927), de Abel Gance

Kevin Brownlow era un adolescente inglés de 15 años cuando por primera vez descubrió Napoleón en 1954. Se trataba de un fragmento del filme en dos rollos de 9.5mm que había comprado en un mercado callejero y que en palabras de Brownlow, en una entrevista para el British Film Institute en 2004, “cubrían la secuencia de la Marsellesa, la persecución a través de Córcega y la ‘doble tormenta’. Por fin había visto cine. El cine tal como yo pensaba que debía ser. Era la película más experimental, para mí es aún la más extrema en términos de técnica; ni siquiera Ciudadano Kane se aproxima a Napoleón en cuanto a innovación en una película”. Empezaría para Brownlow una búsqueda obsesiva –que duró décadas- de esta película en cuanto archivo fílmico, cinemateca, colección privada, universidad, sótano, ático o desván fuera posible por toda Europa y Estados Unidos. Tras la restauración inicial, presentada en Londres en noviembre de 1980, de 4 horas y 50 minutos, vinieron nuevos hallazgos de fragmentos del filme en la propia Córcega y Brownlow pudo en el año 2000 mostrar un nuevo corte, al parecer, definitivo de 5 horas y 30 minutos. Esta versión no había podido presentarse en los Estados Unidos por una disputa de derechos con Francis Coppola, pero en 2012 en Oakland pudo darse fin a tan prolongado ayuno cinéfilo.

Napoleón es una película asombrosa. Puede que la verosimilitud no sea su punto más fuerte, dado que está infundida de un espíritu nacionalista que hace de su protagonista casi que un santo, pero los medios que Gance emplea para decírnoslo nos dejan, literalmente, sin palabras. De veras que no estamos preparados para lo que vamos a ver. Una secuencia inicial aparentemente convencional, en la que unos niños de un internado militar hacen una guerra con bolas de nieve se transforma en una batalla visualmente radical, en la que somos parte del conflicto de lo cerca que estamos. La cámara se mueve con total libertad, se aproxima sin temor alguno a los niños, los persigue, gira sin un eje concreto y prosigue su carrera de vértigo, mientras vemos imágenes superpuestas de Napoleón niño con el rostro lleno de agua y nieve, en una conjunción entre fantasmagórica y sublime. Más allá, una guerra de almohadas termina con el ambiente lleno de plumas y la pantalla dividida en nueve imágenes distintas.

 Napoleón (1927), de Abel Gance

Napoleón (1927), de Abel Gance

La película está atiborrada de sortilegios cinematográficos y de montaje de ese tipo: Napoleón en plena tormenta marítima con la cámara balanceándose al compás del mar furioso y paralelamente los ánimos en la Convención igual de tormentosos, mostrados por una cámara aérea que sencillamente vuela de acá para allá; para la secuencia final en Italia, Gance diseño un sistema, llamado Polyvision, en la que la imagen aparece en tres pantallas paralelas y con proyección sincronizada, mostrando una sola imagen en tres paneles, o dos o tres cuadros diferentes. Un tríptico inédito para una película innovadora que ameritaba algo así de impactante para cerrarse con altura. Obviamente la mayoría de los teatros de la época no estaban preparados para presentar tal espectáculo y muchas veces se reducían a exhibir la pantalla central, arruinando el efecto que Gance pretendía.

Napoleón nos pertenece a todos los cinéfilos, tanto del anterior como de este siglo: tal es su capacidad de sorprendernos. Una muy larga vida a tan soberano clásico.

Publicado en el suplemento “Generación” del periódico El Colombiano. Medellín, 25/03/12. Págs. 16-17
©El Colombiano, 2012

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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