Ven, soñemos juntos: En cuerpo y alma, de Ildikó Enyedi
Lo que padece Mária –la protagonista de En cuerpo y alma (Teströl és lélekröl, 2017) no es timidez ni engreimiento. Es, en realidad, un trastorno de la personalidad: el trastorno obsesivo compulsivo, el TOC. Eso la hace sufrir, pues la encierra entre sus obsesiones y temores –todo debe estar ordenado, las migas son intolerables, cualquier contacto físico con alguien más es impensable- y la hace repetir actos compulsivos (por ejemplo recordar fechas y diálogos, evitar que el sol la toque) que tratan de paliar la ansiedad que todo esto le produce. Esta película húngara, de la directora Ildikó Enyedi, explica todo esto sin tener que dar ninguna explicación clínica. Con ver el accionar cotidiano de Mária lo entendemos.
Mária (interpretada por la actriz checa Alexandra Borbély) es una mujer joven y hermosa que en el fondo, detrás de todos los escudos que pone en su existir, quisiera poder experimentar el enamoramiento, la ilusión de una pasión, la alegría de una relación afectiva con alguien. Sin embargo, debido a su TOC, pensar lo que eso implica en términos de establecer una relación física con alguien está más allá de lo que puede tolerar. El miedo a que la acaricien, al intercambio de secreciones o a la posibilidad de una infección es algo que no es capaz de controlar. Ante su falta de habilidades sociales, lo ideal para ella sería encontrar una comunión espiritual con otra persona, algo que trascienda la corporalidad y, sin embargo, sea un lazo exclusivo, cómplice, inexplicable e indudablemente cierto. La aparición en su vida -en resumen- de una alma gemela, literalmente.
Lo que ocurre en la fábula hermosa que es En cuerpo y alma es la respuesta a las plegarias calladas de Mária: hacer posible lo imposible, unirse a alguien pero no a través del cuerpo, sino del subconsciente. Y esto ocurre en medio de la puesta en escena más anodina que uno pueda imaginar, pues Mária es la nueva supervisora de calidad de una empresa de procesamiento de carne, un matadero industrial. Durante la primera parte de esta película parece que el protagonista es el director financiero del lugar, Endre (el dramaturgo húngaro Géza Morcsányi, quien nunca había actuado antes en un filme), pues es desde su punto de vista de donde conocemos a Mária, una recién llegada que causa curiosidad por su lejanía, sus actitudes rigurosas y su aislamiento.
El guion de la propia directora Ildikó Enyedi –que no dirigía un largometraje desde 1999- nos va acercando lentamente a la vida de Mária y pronto es también su punto de vista el que vemos. La información que se nos brinda de ella es muy poca: respetar su misterio es respetar la concepción de un personaje que está lleno de barreras emocionales puestas ahí para que no le hagan daño. Muchas veces la vemos a partir de un reflejo suyo, como si acercarse realmente a ella fuera imposible. Endre es por lo menos 30 años mayor que Mária y tiene una parálisis completa de su brazo izquierdo. Es un ser solitario y taciturno que intenta ser cordial con ella, pero la joven sencillamente desconfía de todos.
Es un inteligente giro argumental el que pone a esta película –y a las vidas de Mária y Endre- cabeza abajo: algo inesperado ocurre en el matadero, un hecho que hará que la policía intervenga y recomiende la intervención de una siquiatra para analizar la conducta de los posibles implicados en lo sucedido. Es el interrogatorio de esa mujer el que transformará a En cuerpo y alma en una experiencia paranormal. Lo notable de la aproximación que propone la directora Enyedi es que ese fenómeno extraño e inexplicable que viven Mária y Endre no es un fin en sí mismo (como bien hubiera podido ser explotado), sino que es solo un punto de partida para, en el caso de ella, empezar a supera miedos, a conocerse por dentro, a conectar con ella misma como mujer; y en el caso de él, a reconocerse aún en capacidad de sorprenderse, ilusionarse y dejarse llevar por sentimientos largamente reprimidos o sublimados. En la descripción sutil y precisa de lo que cada uno va cambiando, impulsado por el otro, esta película exhibe sus mayores fortalezas, así como en el lirismo al que recurre para describir las escenas donde cada uno está lejos del otro, pero “conectado” mentalmente, pensando en lo que el otro hace. Ahí En cuerpo y alma me remitió sin dificultad alguna a L’Atalante (1934) de Vigo, probablemente en un homenaje consciente que la directora quiso hacer. Anhelo se llama eso que ambos filmes nos muestran en esos pasajes.
Pese a la textura de cuento de hadas contemporáneo, la verdad es que En cuerpo y alma no es exactamente una historia edulcorada y aséptica de redenciones inverosímiles. No importa que tenga un pie en el terreno de lo improbable y lo onírico, el otro está firmemente asentado en la realidad: y eso incluye autoexclusiones y miedos no superados, aceptaciones graduales, y quizá la generación de un lazo entre dos seres demasiado flagelados por sí mismos como para lanzarse sin pensarlo al vacío que representa el otro. Además este filme nos recuerda que siempre será más fácil soñar –solos o acompañados- que vivir eso que tanto ansiamos cuando cerramos los ojos.
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