Vera Drake, una buena mujer
Tengo la expresión de esa mujer tatuada en la retina. La policía, que la busca, entra a su hogar e interrumpe una celebración familiar. Ella está sentada y voltea a ver a su marido que ingresa al comedor con los detectives. En ese momento su rostro -que es el de la actriz Imelda Staunton- se transforma. El cambio no es súbito. Su expresión se va modificando con lentitud y alcanzamos a sentir lo que pasa por su mente en esos momentos. De la alegría desprevenida pasa a una extrañeza y luego a una preocupación tan honda que es imposible no conmoverse. Ella sabe que está haciendo algo penado por la ley y que sólo era asunto de tiempo para que alguna vez salieran mal las cosas y fuera descubierta. Ese momento ha llegado ya. Lo esperaba quizá, pero eso no disminuye el tremendo impacto que le está causando.
Después ya no será la misma. Ya no volveremos nunca a ver a la mujer alegre, servicial y bondadosa que teníamos al principio del filme. Esa abuela perfecta se ha ido y en su reemplazo tenemos a una mujer sofocada por la culpa y agobiada por el peso de la ley. A pesar de saberla culpable seguimos acompañándola, compartimos su vergüenza, anhelamos que su castigo no sea excesivo y terminamos aspirando a que pueda rehacer su vida junto a una familia que no la abandonó y que la espera en silencio.
Cuando una película consigue que el público se involucre tan de cerca con su personaje central debe tratarse de una obra con una calidad excepcional. Es lo que ha ocurrido con Vera Drake (2004), el octavo largometraje del director inglés Mike Leigh, y uno de los filmes más importantes de su carrera. Ganadora del Festival de Venecia del 2004, donde también Imelda Staunton fue galardonada por este rol, la cinta se constituye en una experiencia dramática de alto nivel que no ha estado exenta de alguna polémica por abordar el espinoso tema del aborto.
Pero esta no es una película sobre el aborto, ni pretende aleccionarnos sobre las consecuencias penales de su práctica. Es, tan sólo, la historia de una mujer, tan culpable como todos nosotros.
Publicado en la columna Séptimo arte del periódico El Tiempo (Edición Medellín, 28/10/05). Pág. 2-2
©Casa Editorial El Tiempo, 2005