Visite nuestro bar: El Colombian Dream, de Felipe Aljure
La desmesura acompaña de principio a fin a El Colombian Dream (2006), el segundo y muy esperado filme de Felipe Aljure, que ya desde su título incluye un truco que despista: así como La nieve del almirante no es una novela de Mutis sobre el otoño de algún militar, El Colombian Dream no se refiere exactamente al anhelo muy colombiano de establecerse en Estados Unidos. Desprovistos de certezas, a partir de ahí todo es un descenso brusco desde los aires visuales y sensoriales, sin bolsas de oxigeno o un simple cinturón de seguridad. Obviamente paracaídas no hay.
Aljure bebió de muchas fuentes para hacer este filme, en una mezcla ecléctica de influencias que arrancan por el desparpajo de Juanma Bajo Ulloa en Airbag, el humor de Alex de la Iglesia, la estética de Almodóvar, el montaje de Guy Ritchie, la violencia de Tarantino, el vértigo de Stone en Asesinos por naturaleza, la festividad fraterna de Cuarón en Y tu mamá también y la que se encuentra en cualquier filme de Kusturica. Eso por los lados del cine, pero aquí parece que hubieran colaborado Manu Chao, Los Aterciopelados, los creativos de MTV y hasta el elenco de Sábados felices. Con todos ellos –cineastas, publicistas, músicos, artistas ambulantes y serenateros- el director se va de parranda mental para regresar con un potosí de ideas suficientes como para una miniserie completa y que hubo acomodar, literalmente a golpes, en un largometraje ya de por si extenso.
Intentar un resumen del argumento se antoja atrevido por las proporciones épicas del mismo, pero es posible concretar dos ejes que corresponden a dos tríos. Uno lo constituyen dos hermanos gemelos y una prima, todos adolescentes; mientras el otro lo componen un narcotraficante local, su esposa y su asistente, quien la ama no tan en secreto. Rosita es el nombre de la prima de los gemelos y, curiosamente, la historia la narra de manera omnisciente su hermano mayor, que no nació, pues su madre decidió abortarlo. Él será el encargado de conducirnos por los recovecos –bastante complejos- de esta historia en la que ambos tríos más que a encontrarse llevan curso de colisión inminente. El motivo tiene que ver con algo turbio y en este caso son las famosas “drogas de diseño”, las “pepas” de las rumbas, que se convierten aquí en inesperado botín tras cual todos luchan.
La violencia de la situación se ve matizada por un humor corrosivo y una actitud desenfadada que no deja rehenes en sus intenciones de acabar con todas las convenciones -narrativas, visuales, técnicas- establecidas. El resultado deja inerme al espectador ante la avalancha de imágenes y situaciones aparentemente fuera de control. No le queda más camino que dejarse llevar y sorprender.
Felipe Aljure ha sido valeroso: su película es tan personal que va a ser difícil encontrarle un público amplio que sepa apreciar con propiedad su propuesta vanguardista y original, su sentido del humor, sus guiños cinéfilos. No importa: El Colombian dream ya está aquí y eso hay que celebrarlo.