Uno de los nuestros: X500, de Juan Andrés Arango

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¿Huir para qué? Los tres protagonistas de X500 (2016), de Juan Andrés Arango, partieron un día buscando algo qué no sabían lo que era, pero que probablemente tenía que ser mejor que lo que tenían en esos momentos, o sea casi nada. Los tres habían sufrido pérdidas, los tres entendieron que no podían quedarse. Eran jóvenes, no tenían lastres. Se fueron.

David pertenece a la etnia Mazahua y parte a trabajar como obrero a Ciudad de México; María llegó de Filipinas a vivir con su abuela en Montreal, mientras Alex regresa “del norte” a donde se fue como polizón en un barco para recalar otra vez en su natal Buenaventura. Sus historias no van a intersectarse, cada una se desarrolla en paralelo a las demás, simplemente el montaje nos va ir permitiendo enterarnos intercaladamente de sus vivencias.

X500 (2016), de Juan Andrés Arango

Pareciera, a simple vista, un mero capricho del guion que los tres experimenten cosas parecidas en sus trayectos vitales, pero se nota que detrás de cada relato hay un proceso de investigación que hace concluir que estos jóvenes inmigrantes –separados por kilómetros de distancia y en ámbitos sociales muy diferentes- pasan por situaciones de ajuste (o desajuste) similares, mientras buscan acoplarse a la nueva realidad que los acoge y de la que tienen que hacer parte de ahora en adelante.

Sin un referente familiar lo suficientemente fuerte –la ausencia de los padres es un factor común- se dejan arrastrar hacia submundos o subculturas que sirven como sucedáneos a la familia ausente y en los que por fin sienten vínculos, sienten que tienen algo a lo cual pertenecen. Cuando escuchan “eres uno de los nuestros”, es música para sus oídos. Ya no están solos, pero tendrán que asumir las consecuencias de haber trasgredido barreras legales o sociales en su intento por amoldarse a su nuevo clan.

X500 (2016), de Juan Andrés Arango

La factura técnica de X500 es notable, considerando además que se rodó en tres sitios distintos en Norte, Centro y Suramérica, con actores naturales y en locaciones auténticas. Los tres relatos tienen una intensidad similar en la descripción del rudo cambio que cada uno sufre, posiblemente sacrificando fuerza en algunos momentos en pos del retrato íntimo, de la aproximación cercana a los motivos de sus personajes. Quizá por la complejidad social implícita y por ofrecer una nota final de esperanza, me gustaría que los espectadores, sobre todo de fuera de Colombia, le prestaran especial atención a la historia de Alex en el puerto de Buenaventura. El drama descrito no es una exageración dramática, es una durísima situación real.

Pareciera que si uno es joven el desarraigo es más fácil de asumir, por lo maleable que todavía puede ser una persona en sus años formativos. Sin embargo María, David y Alex nos demostraron con sus soledades, silencios, golpes y lágrimas que –a cualquier edad- irse y dejarlo todo no siempre es la solución. Sobre todo porque huir de uno mismo es, sencillamente, imposible.

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