La absoluta oscuridad: Zona de interés, de Jonathan Glazer
El título de la película se va difuminando lentamente ante nuestros ojos y solo queda un fondo negro y unos sonidos discordantes –voces, sintetizadores- cuyo origen no entendemos. Pero lo que quiere el director londinense Jonathan Glazer al dar inicio de esta forma a Zona de interés (The Zone of Interest, 2023) no es tanto que escuchemos algo, sino que seamos conscientes de que no vemos nada y que detrás de la oscuridad hay alguien o varias personas generando esos sonidos y que no se originan, por ejemplo, por algo que cae al suelo. En la película serán muchos los momentos en que los sonidos fuera de campo (gritos, llantos, ladridos, balazos, golpes) van a ser protagónicos, no solo por evidentes, sino por lo inadvertidos que son para los personajes principales del filme, el comandante del campo de concentración de Auschwitz, el teniente coronel Rudolf Höss y su familia.
Como alguien que vive al lado de un arroyo durante muchos años y ya no siente su rumor, Höss, su esposa Hedwig, sus cinco hijos y sus criadas, no sienten lo que pasa en Auschwitz pese a vivir exactamente al lado. La película plantea una tensión asombrosa entre lo que vemos y lo que escuchamos en el fondo, tal como ocurrió en El hijo de Saúl (Saul fia, 2015). Las imágenes del filme son cotidianas: la familia pasa el día en un río, celebran el cumpleaños del padre, la madre recibe visitas, los niños van al colegio, el padre y el hijo mayor montan a caballo, la pareja bromea en la noche con un viaje a Italia, el padre recibe a unos industriales que traen un proyecto de mejora en la eficiencia del campo, la madre está orgullosa de las flores y la huerta, en la noche Rudolf (interpretado por Christian Friedel) verifica que la casa esté cerrada y va apagando luces… todo absolutamente banal.
No los conmueve en absoluto ni lo que pasa al otro lado del muro ni los aterradores sonidos que indefectiblemente tienen que estar escuchando. En el horizonte se ven las chimeneas de Auschwitz produciendo humo negro a toda hora y en la noche se aprecia el resplandor de las calderas y de los hornos crematorios. Los Höss no escuchan nada, no ven nada. Tampoco huelen nada de lo que por esas chimeneas o por las cámaras de gas se emana. Al ignorar la existencia del otro se ahonda en el proceso de deshumanización que los alemanes pretendían con los judíos. Al exterminio físico se añade el existencial: los Höss les niegan su ser, no existen para ellos, pese a que del otro lado del muro les llegan inesperados regalos: un abrigo de pieles, un lápiz labial, ropa para las criadas, dientes con incrustaciones de oro, latas de comida, chocolates. Todo lo que los habitantes de Auschwitz ya no van a volver a usar. La cámara casi siempre muestra a los Höss en planos generales, desdramatizando por completo a unos seres que no tienen nada de llamativo o de extraordinariamente malvado en su conducta.
La película se inspiró (aunque no es una adaptación) en la novela La zona de interés del escritor Martin Amis. En un pasaje de ese texto, uno de los protagonistas del relato, el oficial nazi Angelus Thomsen, dice que “cuando aún estaba con nosotros, mi filosófico amigo Adam solía decir: Ni siquiera tenemos el consuelo de la inocencia. Yo no estaba y no estoy de acuerdo. Todavía me declararía inocente”. La familia Höss también se declararía inocente, para ellos vivir al lado de Auschwitz era el modo ideal de criar una familia, lejos de la ciudad, en medio del campo polaco y con un trabajo digno para el padre, cuyo rendimiento laboral estaba más que comprobado. Tan apegados estaban al lugar que, cuando a Rudolf Höss lo ascienden y lo trasladan a Uraniemburgo, Hedwig (la magnífica actriz Sandra Hüller) se queda con los niños en el hogar que para ellos constituía su casa en Auschwitz. Esa familia ejemplifica la “banalidad del mal” como Hannah Arendt la definió: la incapacidad de ver algo negativo, maligno o indigno en la naturaleza de sus actos. No hay consciencia alguna de estar haciendo algo en contra de la ley. Estaban solamente llevando a cabo un trabajo en beneficio de su patria siguiendo órdenes superiores. No había motivo alguno para reflexionar más allá.
Zona de interés no es una película narrativamente convencional. Se entiende mejor como un ensayo, como una reflexión, como un documento no dramático que el director propone. Además de sus fundidos (a negro, a blanco, a rojo), hay una historia paralela de resistencia que Glazer nos muestra la mayoría de las veces como un revelado de negativos (rodada de noche con una cámara térmica) y en un momento dado se acompaña con una voz en off que nos lee una canción de Joseph Wulf, escrita en 1943 in Auschwitz III y cuya letra subtitulada vemos. “Los que aquí estamos presos, estamos despiertos como las estrellas en la noche. Almas en llamas, como el sol abrasador, desgarrando, rompiendo su dolor, porque pronto veremos esa bandera ondeante, la bandera de la libertad aún por llegar”, mientras la joven protagonista de ese acto de resistencia y humanismo toca el piano. Además al final hay una escena no diegética que involucra al Museo estatal Auschwitz-Birkenau para que nos sacudamos y entendamos que detrás de la puesta en escena histórica hubo una realidad feroz e incomprensible que se repite hoy en otras escalas. “Hice esta película para hablar acerca de nuestra capacidad, como seres humanos para la violencia; y nuestra capacidad de disociarnos de los horrores cometidos en nuestro nombre”, explica el director Glazer en entrevista con Jonathan Romney para la revista Sight and Sound en su edición de marzo de 2024.
Las intenciones de Zona de interés son absolutamente claras. Desde el pasado nos habla del presente, de las múltiples violencias e injusticias que ocurren a nuestro alrededor y que ya nos tienen tan aturdidos que nos las vemos, ni las oímos, ni las sentimos. Se enquistan en nosotros y crecen larvadas, seamos las víctimas, los testigos o incluso los victimarios. Empiezan a volverse parte de nuestra cotidianidad. Y con ellas convivimos, como si fueran parte de lo que somos, mientras nos van robando, paulatinamente, la humanidad. Después nos quedará solo el silencio. Y la oscuridad.
©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.