Con piel de oveja: Zootopia, de Byron Howard, Rich Moore y Jared Bush
Los animales protagonistas de Zootopia (2016), el 55º largometraje animado de Disney, no habitan un mundo de humanos, como ocurría en La dama y el vagabundo (Lady and the Tramp, 1955) o en Los aristogatos (The AristoCats, 1970), sino que viven en una suerte de universo paralelo antropomórfico donde ellos ocupan el lugar de los humanos con sus estereotipos, muy a la manera de Robin Hood (1973). Y acá hablo de los estereotipos tanto humanos como animales, que se mezclan de manera absolutamente brillante, para generar en el espectador una sensación de inmediata identificación, al verse y reconocerse en cada uno de los personajes, a los que les transmitimos intuitivamente nuestras características: el zorro se porta verdaderamente como un “zorro”, los osos “perezosos” lo son, la cantante es toda una “gacela”, el jefe de la policía es un búfalo, el alcalde un león, los osos polares son matones y guardaespaldas… El grado de evolución de esta sociedad animal es tal que –he aquí una licencia “poética” que convenimos en aceptar- que los depredadores conviven sin problemas con sus otrora presas.
La heroína de este filme es una conejita llamada Judy Hopps, que desde niña sueña con ser oficial de policía, un trabajo que no corresponde ni a su género ni a sus características físicas, pues el cuerpo policial está integrado por animales enormes y temperamentales, como tigres, hipopótamos, rinocerontes y elefantes. Zootopia quiere enseñarles a los niños que la ven que no hay sueños y metas inalcanzables, y puesto que Judy lo que no tiene en músculos y estatura lo compensa con inteligencia y corazón, terminará graduándose con honores de la academia policial.
Al mudarse a la gran metrópolis a trabajar –la Zootopia del título- se enfrenta a la vida real, a la discriminación laboral (atención que no solo es pequeña, es una mujer) y a la posibilidad de frustrarse languideciendo en un trabajo poco retador. De manera interesante la película se transforma a medida que pasan los minutos en una “buddy movie”, uno de esos filmes en los que dos personajes absolutamente contrastantes, sin nada en común, son obligados por las circunstancias a convivir o a trabajar juntos. ¿Ejemplos reales? Dean Martin y Jerry Lewis, Walter Matthau y Jack Lemmon, Mel Gibson y Danny Glover. La “buddy movie” funciona bien como comedia y como filme de acción, y Zootopia se sirve de ambas propiedades para interesar a un público muy amplio. Los niños disfrutaran ver juntos a Judy y a Nick Wilde, un avispado y tramposo zorro, mientras los adultos se verán envueltos en una compleja investigación criminal que implica la desaparición de unos mamíferos. La recolección de pistas sigue las convenciones del film noir, sin tomarse muchas libertades, lo cual se agradece en términos de construcción del suspenso. ¿Crimen? ¿Desapariciones? ¿Film noir? ¿Suspenso? Así es. La película se atreve a incursionar en esos temas habitualmente reservados al cine de adultos, y lo hace con especial gracia y una altura que dejará tranquilos a los padres.
Los protagonistas de Zootopia no son ajenos a la tecnología que usamos en la actualidad, enfatizando la dependencia a los smartphones no solo como herramienta multiusos, sino además como reemplazo del contacto persona a persona. También es llamativo -y para reflexionar- como se utiliza la grabación no consentida de conversaciones para chantajear y como prueba judicial: casi ningún acto parece ser ya lo suficientemente privado como para no ser registrado. Y eso no ocurre solo en Zootopia.
Disney Animation Studios triunfa con este filme que se sirve de los animales para reflejar con agudeza nuestras debilidades y contradicciones, tal como en las fabulas de antaño. Lo triste es que aquí y en ese mundo sigue habiendo lobos con piel de oveja. No lo olvidemos.