La novela Matate, amor, de la escritora argentina Ariana Harwicz, es un texto volcánico. Si el mal llamado “furor uterino” de la antigüedad existiera como entidad clínica real, esta sería una buena descripción de los síntomas. La innominada narradora del libro, escrito en primera persona, es una mujer en pie de guerra contra sí misma y contra todo lo que la rodea. Vive con su marido y con un bebé que tuvieron hace seis meses, en un área rural aislada. Siente que no puede más. Lo que relata es una mezcla de frustración, hastío, rabia, ansiedad y ambivalencia hacia la maternidad, un evento frente al que se reconoce impotente y desdichada. Si eso que Harwicz describe es una depresión posparto, la figura central está viviendo un infierno privado que exterioriza con ataques de ira, comportamientos erráticos y una exaltación de la libido que no logra satisfacer. “Un deseo no cumplido y, sin embargo, feroz como para incendiar una aldea entera”, escribe Ariana en su novela. La corriente de conciencia que leemos es una declaración catártica de libertad frente a las convenciones de lo que se espera de una madre y también una advertencia sobre lo que esta mujer puede llegar a hacer si su malestar psíquico se cronifica.
Esa pulsión interior, esa mezcla de furia y encierro, tuvo que haber resonado en la cabeza de la directora Lynne Ramsay, sobre todo si recordamos que es la realizadora de Tenemos que hablar de Kevin (We Need to Talk About Kevin, 2011): en esa película, la atribulada madre añora la época en que aún no lo era, y echa de menos —frente al hijo que tiene— su vida previa. “Soy madre, listo. Me arrepiento, pero ni siquiera lo puedo decir”, dice la narradora de Matate, amor (sin esdrújula: la autora es argentina). Y bien podría haberlo dicho Grace, el personaje central de Mátate, amor (Die My Love, 2025), la adaptación que Ramsay dirigió y coescribió a partir de la novela de Harwicz y que debutó en la selección oficial del Festival de Cannes. En el filme, Jennifer Lawrence encarna a Grace, mezclando ebriedad con rabia. Robert Pattinson interpreta a Jackson, un hombre que no sabe qué hacer con su esposa, que no entiende lo que ella padece y que ignora qué fue de la mujer que tenía a su lado antes de que quedara embarazada. Los acompaña en algunas escenas Pam (Sissy Spacek), la madre de Jackson. Hay mucha ruina en el sitio donde viven, un aislamiento que los cerca, una realidad que ella no tolera. La veremos estallar.
Como mencioné, la novela está escrita en primera persona. Es la propia narradora quien describe, como mejor puede, su estado mental y su dolor espiritual. Cada breve capítulo es una sumatoria de pensamientos y acciones no siempre descritas con claridad: su mente es un hervidero de sensaciones y decepciones. Más que una narrativa convencional, el libro es —Ariana Harwicz lo escribe ahí— una serie de “imágenes sin moraleja”, algo que el guion de la película respeta, aunque cambiando el punto de vista narrativo. Ahora la narración es omnisciente, no desde la subjetividad de la protagonista. Observamos a Grace desde afuera, no pensando, sino actuando: mostrándonos, con gestos y hechos, el dolor que la consume, la ansiedad que la corroe, la desesperación y la locura que tiñen sus minutos. El reto era mostrarnos, no contarnos.
De ahí que los guionistas —Ramsay, Enda Walsh y Alice Birch— tenían la misión de extraer de la novela el accionar de su heroína y darle un orden episódico que sirviera para ejemplificar lo que pasa por su mente sin recurrir a una voz en off que lo explique. Lo que hace su cuerpo tiene que ser suficiente para que entendamos lo que su mente padece. Mátate, amor lo logra, con todo lo que eso implica: asomarnos a la conducta errática y a la falta de conexión con la realidad de una persona no es fácil. Hay algo dentro de nosotros que rechaza esos actos; hay algo dentro de nosotros que siente pena por su padecimiento. Ramsay lo sabía y no buscó suavizar nada: “No hago películas para todos. Si lo hiciera, sería una blandura más allá de lo creíble”, dijo en entrevista con The Guardian (2/11/25). Su mirada, fiel a sí misma, rehúye el consuelo.
Tal vez por eso Mátate, amor tiene una intensidad física particular, una fuerza que emana del cuerpo de su actriz principal. El trabajo de Lawrence es de enorme valía, pues de ella dependía que la película fuera todo lo expresiva que la directora pretendía. Ramsay explicó la condición de la actriz durante el rodaje: “Estaba embarazada mientras filmábamos, y eso lo hizo todo mucho más poderoso. Lo abrazó de una forma que habría sido aterradora para muchas personas”. Esa entrega, tanto de la intérprete como de la directora, le da a la película un pulso visceral, acelerado, irreflexivo. Lo que en la novela era lenguaje se convierte aquí en materia viva, en respiración agitada, en un cuerpo en estado de exaltación y que se sabe sin remedio. Fiel a la novela, Lynne Ramsay no busca redención para Grace: solo quiere que veamos el grado de furor que la devora. Sin remedio. Sin arrepentimiento. Obviamente, sin moraleja.
©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.
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