¿Cómo convencer a un enajenado? ¿Cómo hacerlo entrar en razón si está en una posición violenta, dominante y opresora? ¿Qué tipo de tácticas psicológicas utilizar para ganarle un pulso mental si está absolutamente convencido de la certeza de su delirio? Estas tres preguntas constituyen la premisa dramática de Bugonia (2025), la cuarta colaboración entre el director griego Yorgos Lanthimos y la actriz Emma Stone. En este filme, ella es Michelle Fuller, la poderosa CEO de Auxolith, una industria farmacológica de productos químicos situada en el condado de Fayette, Georgia. Michelle no sabe que está siendo observada y estudiada por un empleado de la empresa, Teddy (Jesse Plemons), y su primo Don (Aidan Delbis), quienes la culpan a ella y a Auxolith del Trastorno de Colapso de Colonias (CCD) que afecta a las abejas de su pequeña granja apicultora. Así que deciden que ella pague por ello, convencido Teddy —además— de que Michelle es una extraterrestre.
Teddy es el típico redneck sureño, un ejemplo de white trash —sin que haya que caricaturizarlo mucho— que vive prácticamente en la ruina, convencido de verdades relativas y nutrido de cuanta teoría de la conspiración encuentre, lea o escuche. No hay noticia que no le genere sospecha, no hay aseveración científica que no le genere duda. Todo el establecimiento está confabulado en contra suya. Sus “investigaciones” parten de videos de YouTube, pódcast de otros conspiranoicos y del íntimo convencimiento de que solo él tiene la verdad revelada. En Don —que tiene un leve retardo mental o, por lo menos, una ignorancia crasa— encuentra no solo caja de resonancia, sino además el socio (¿lacayo?) perfecto que le cree todas sus desfachateces. En Bugonia descubriremos que Teddy fue abusado en la infancia por su guardián y que tiene una historia con Auxolith que involucra la salud de su madre. Su obsesión por Michelle, aparentemente, tiene mucho más que ver con una revancha personal que con el daño ecológico producido a las abejas.
Gran parte del metraje de Bugonia es un intercambio verbal entre Michelle —reducida a víctima— y Teddy, un hombre con unos argumentos impermeables a cualquier razonamiento lógico y con un plan de dudosa infalibilidad que involucra contactar a los superiores de Michelle en la galaxia de Andrómeda y pedir audiencia con ellos. La mujer no solo está formada en química, también en psicología, y va a utilizar todos los elementos de persuasión a su alcance para convencerlo de su quimera mental. Todo lo que le dice parece estrellarse contra una muralla mental infranqueable. Se establecen entre ellos unos juegos mentales en los que ninguno da su brazo a torcer. Lo que se desarrolla entre ambos no es un duelo intelectual: es, ante todo, un campo de batalla donde el sentido común se enfrenta a la fe delirante. La película, entonces, no se limita a ser una sátira del pensamiento conspirativo, sino un retrato del aislamiento contemporáneo: un mundo en el que cada uno fabrica su verdad y la defiende como si fuera una religión, sin darle cabida a la opinión ajena.
Pese a la sagacidad y brillantez que le imprime Emma Stone a su rol, por momentos la secuencia se torna repetitiva y de imposible resolución; de ahí que Lanthimos vaya escalando —si no en argumentos— en violencia. Todo empieza con una cachetada que Teddy le da, para luego irse la situación in crescendo de manera innecesariamente gráfica. Pese a que descubrimos que el grado de enajenamiento de él es mucho mayor del que suponíamos, la película no supera, en shock visual, a cualquier filme de menor presupuesto sobre asesinos seriales torturadores. En este punto se echa de menos el cine previo de este director: personas con trastornos mentales abundan en su filmografía, pero él manejaba todo con un halo de misterio casi metafísico, algo a años luz (como los que nos separan de Andrómeda) de un personaje tan burdo y patético como Teddy.
El giro final de la trama puede verse como una gran broma de Lanthimos que nos deja pensando en la capacidad de las teorías de la conspiración para explicar la falta de certezas de lo que asumimos como real. Es un cierre que divide opiniones, pero que sirve también —por lo irónico y punitivo— para reflexionar sobre nuestro rol como especie dominante. El guionista Will Tracy afirmó que el filme, que está basado en la comedia coreana Salvar el planeta Tierra (Jigureul jikyeora!, 2003), “podría interpretarse como una metáfora de la vida contemporánea, sin duda de la vida estadounidense o de la civilización humana, si se quiere. Que podría surgir alguna oportunidad o una nueva vida de las cenizas de algo profundamente corrupto. Esa es una forma de verlo”. La “bugonia” del título es un concepto que establecieron los griegos —como Virgilio— y es el de repoblar panales de abejas cuando estas surgen —por generación espontánea— de la carcasa de una res muerta sin derramamiento de sangre. Lanthimos le da un sentido simbólico: del cadáver moral de la humanidad quizá emerjan nuevas formas de entender la vida, nuevas versiones de un orden que solo puede renacer tras su colapso.
©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.
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