Es evidente: Michael Corleone posee el poder absoluto de su negocio de apuestas, casinos y hoteles. Una orden suya puede significar la diferencia entre la vida y la muerte. Nadie lo contradice, nadie pone en duda sus instrucciones. Ofenderlo puede salir muy caro. Sin embargo, Michael Corleone no es un hombre feliz: es un hombre con miedo. Paradójicamente, semejante poder lo hace vulnerable. Lo llena de enemigos que anhelan su caída y lo que es peor: lo llena de la paranoia de imaginar que cualquiera puede traicionarlo y hacerle daño a él y a su familia. El poder, entonces, lo aísla, lo hace desconfiado, reactivo, insomne, permanentemente a la defensiva. La soledad del poder convertida en un hombre que no disfruta estar en la cima. Que padece estar ahí, temiendo por su vida y la de los suyos, mientras alimenta el rencor, la sed de venganza y sobre todo las dudas. Se pregunta por la real lealtad de quienes lo acompañan, de quienes dicen estar de su lado y serle fieles. Le besan la mano en señal de respeto, pero sus verdaderas intenciones son verlo caer. Ese hombre en su laberinto es el protagonista de El padrino parte II (The Godfather Part II, 1974), de Francis Ford Coppola.
“Como los Estados Unidos, Michael empezó como un joven limpio, brillante, dotado de increíbles recursos y creyente en un idealismo humanista. Como los Estados Unidos, Michael era hijo de un sistema antiguo, un hijo de Europa. Como los Estados Unidos, Michael era un inocente que había tratado de corregir las dolencias y las injusticias de sus progenitores. Pero entonces se llenó las manos de sangre. Él se mintió a sí mismo y a los otros respecto a lo qué estaba haciendo y porqué” (1), afirmaba Coppola. Michael, el joven universitario que se enlistó en la Marina durante la Segunda Guerra Mundial y regresó a casa condecorado para casarse con una chica norteamericana de Nueva Inglaterra de la que sus padres se sentirían orgullosos, terminó heredando el negocio ilícito de su familia y desquitándose de todas aquellas familias que lo rivalizaron y lo traicionaron. Así termina El padrino (The Godfather, 1972) y así empieza la segunda parte, con un hombre haciendo alarde de su poderío; pero el suyo es un existir sin felicidad y sin amigos, solo con aliados por respeto, temor o conveniencia. Cada paso que da es evitando pisar pedazos de vidrio regados por todo el piso. Coppola es consciente del sinsentido de ese modo de vida y lo contrasta al final con un flashback de Michael en su juventud, rodeado de todos sus hermanos, en la feliz celebración de uno de los cumpleaños de su padre, el 7 de diciembre de 1941. Ese breve episodio, esa añoranza, es el único momento de auténtica placidez en un filme recorrido por todas partes por la ansiedad y el desasosiego.
Coppola “relaja” el relato haciendo que esta secuela sea a la vez una precuela que da cuenta de la niñez, juventud y adultez temprana del padre de Michael, Vito Corleone (interpretado por Robert De Niro) desde Sicilia hasta Nueva York a principios del siglo XX, para mostrarnos de donde salió el sino trágico y violento de esta estirpe. De Niro había audicionado para el rol de Sonny Corleone y aunque ese papel fue para James Caan, Coppola nunca olvidó al actor y le ofreció interpretar a un joven Vito Corleone en la segunda película. “Pensé que sería interesante yuxtaponer el ascenso de la familia bajo Vito Corleone con el declive de la familia bajo su hijo Michael… Siempre había querido escribir un guion que contara la historia de un padre y un hijo en la misma edad. Ambos tenían treinta y tantos años y yo integraría las dos historias… Para no volver a hacer El padrino I simplemente, le di a El padrino II esta doble estructura al extender la historia tanto en el pasado como en el presente” (2), declaraba Coppola.
El relato de esa infancia en Sicilia, cruzada por la violencia mafiosa que acabó con su familia, y luego de esos años en la Little Italy lo contó Mario Puzo en el tercer libro de El padrino, y de ahí sacó Coppola la historia de cómo Vito Corleone, casi que por casualidad, se ve involucrado con negocios criminales y debe enfrentarse a “la mano negra”, explotadores de origen italiano que atemorizaban con su poder a los negociantes locales. Después de esa hazaña él mismo va a heredar el poder de convertirse, gracias al respeto y a no poco temor, en “fixer”, en componedor de las injusticias y en restaurador del honor, sea por las buenas o por las malas… algo que seguirá haciendo el resto de su vida, paralelo a su actividad ilícita. Así lo conocimos –interpretado por Marlon Brando- al inicio de El padrino. El cinematografista Gordon Willis tiñe estos segmentos de un tono sepia nostálgico, para diferenciarlos de las secuencias del presente protagonizadas por Michael. “Mi corazón estaba realmente en las secuencias de la Little Italy, en las viejas calles de Nueva York, la música, toda esa atmosfera de cambio de siglo” (3), rememoraba Coppola. Inicialmente las transiciones entre pasado y presente eran veinte, pero tras un preestreno fracasado se redujeron a once, y facilitar de esta forma que el público se familiarizara con ambas historias.
Sin embargo, la narración principal es la de Michael Corleone, excelsamente interpretado por Al Pacino es una de sus cimas actorales. La intensidad emocional que imprime a su rol es impresionante, basada incluso en pequeños gestos, en un lenguaje corporal puesto al servicio de la expresión de sus sensaciones, de sus pálpitos e intuiciones. Preguntado Pacino por Lawrence Grobel respecto a su escena favorita, el actor menciona una que él supone equivocadamente que pasó inadvertida: “Hay un momento en El padrino II. Nadie lo nota. Michael y su triste hermano Fredo están en Cuba, viendo el show de Superman en el club nocturno, y Fredo le dice a Michael: «Johnny solía traerme siempre a este lugar». Y en ese momento ves que Michael se da cuenta de que su hermano lo ha traicionado. Este es mi momento favorito, pero es muy sutil” (4). Esa sutileza es la que la hace grande: sin palabras ya sabemos lo que él está sintiendo. Es sencillamente asombroso. Y ese control lo sostiene a lo largo de toda la película: la supervivencia de Michael depende que nadie sepa en realidad lo que está sintiendo.
Esta sección “contemporánea” de El padrino parte II fue ideada y escrita por Coppola, que introdujo algunas ideas de Mario Puzo y se inspiró en algunas noticias de prensa y en escándalos recientes que involucraban a políticos y a la mafia. Haber relacionado los negocios de los Corleone con la mafia de Miami –bajo el control de un judío- y a ambos con el gobierno de Batista en Cuba le dio perspectiva y dimensión histórica a eventos que no necesariamente eran exclusivamente ficticios. Coppola solo tuvo tres meses para escribir un guion de doscientas páginas y lo logró. Su trabajo fue extraordinario.
Contar con prácticamente el mismo reparto original le dio seguridad. Además de Pacino volverían Robert Duvall, Diane Keaton, Talia Shire, Morgana King y John Cazale. James Caan haría un cameo y los nuevos integrantes del reparto serían Robert De Niro, el maestro del Actors Studio Lee Strasberg y el dramaturgo Michael V. Gazzo. La película se empezó a rodar en Lake Tahoe el 23 de octubre de 1973. La propiedad Fleur de Lac, construida en 1934 por Henry Kaiser, iba a ser el escenario para las escenas de la mansión de Michael al lado del lago. A mediados de noviembre se trasladaron durante cinco semanas al estudio de la Paramount en Hollywood y en enero de 1974 se mudaron para República Dominicana: Santo Domingo iba a sr convertida en La Habana de la película. Pacino colapsó por una neumonía durante la estancia allí y mientras se recuperaba, la producción se movió a Nueva York a filmar los flashbacks de Little Italy. De ahí pasaron a Italia, al poblado de Taormina, que se haría pasar por la ciudad de Corleone.
En mayo de 1974 terminaron los agotadores 104 días de rodaje. El montaje fue muy complejo, pero se logró tener un corte final listo antes de la premier en Nueva York el 12 de diciembre de 1974. El presupuesto del filme fue de $13 millones de dólares. La taquilla en Norteamérica en su temporada de estreno fue de $48 millones de dólares y en el resto del mundo de $93 millones. Nominada a once premios de la Academia de Hollywood, obtuvo el Óscar a mejor película (la primera secuela en obtenerlo), mejor director, mejor actor de reparto (De Niro), mejor guion adaptado, mejor banda sonora (Nino Rota) y mejor diseño de producción. Según la encuesta de las mejores películas de la historia publicada por la revista Sight and Sound en 2022, El padrino parte II ocupa el lugar 104 del listado.
Premios y distinciones aparte, lo que logró Coppola se antoja una hazaña sin parangón. Intentar hacer una película a la altura de El padrino, con todos los riesgos y prevenciones alrededor de las secuelas, era de por sí un riesgo artístico y económico, pero hacer que esta “Parte II” fuera tan o más excelsa que la película raíz, creo que no estaba en los pronósticos de nadie. Ambos largometrajes reflejan a un realizador en estado de gracia, en control total de los recursos creativos y técnicos a su disposición, y con un reparto en el apogeo de sus cualidades artísticas. Si el “nuevo Hollywood” buscaba ser validado por la crítica, estas dos películas de Coppola más La conversación (The Conversation, 1974), fueron el sello de calidad autoral requerido. El padrino parte II traía el pesado lastre de la primera película, pero Coppola lo solventó a punta de fuerza dramática. Si en El padrino Vito Corleone estaba en el ocaso y Michael apenas estaba surgiendo –el drama es el cambio de mando- en este segundo filme Michael es un “Don” todopoderoso e implacable, inescrupuloso, vengativo y sin capacidad de perdonar. No es un hombre. Es un símbolo moribundo de la capacidad de corrupción espiritual que genera la codicia. Mírenlo al final de la película: “un cadáver viviente” (5). No lo digo yo: lo dice Coppola.
Citas:
- Jon Lewis, The Godfather, Part II, Londres, Bloomsbury Publishing, 2022, p. 84
- Gene D. Phillips, Godfather: The Intimate Francis Ford Coppola, Lexington, University Press of Kentucky, 2004, p. 114
- Francis Ford Coppola. “Playboy Interview: Francis Ford Coppola”. Entrevista realizada por William Murray. Francis Ford Coppola: Interviews, editado por Gene D. Phillips y Rodney Hill, Univ. Press of Mississippi, 2004, p. 31
- Lawrence Grobel, Conversaciones con Al Pacino, Bogotá, Grupo editorial Norma, 2007, p. 72
- Gene D. Phillips, Op. Cit., p. 126
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